El que cree que una cosa -cualquier cosa- es sencilla, es porque no sabe nada de ella.
Hasta la más humilde cosa tiene magia, y lleva en sí un halo de misterio. Todo es sagrado; ante el diverso e infinito mundo de lo existente deberíamos postrarnos con reverencia. Me explico que un científico no vea a Dios, pero me asombraría que un poeta no lo viera.
Ahora estoy mirando este baúl. Más de cien años tiene ya de estar aquí, en nuestra casa del Potrero. Es un mueble sencillo; muestra la austeridad de la gente y las cosas potrereñas. Pero al abrirlo surgen más perfumes de los que guarda el más añoso vino: huele a pino, a albahaca, a limpieza de sábanas nupciales, al membrillo y a la manzana que cuatro generaciones de mujeres han puesto aquí para aromar su ropa... Huele a recuerdos, esa forma de vida perdurable...
Este baúl es un altar. Pongo la mano sobre la comba de su tapa y me parece que estoy tocando toda la redondez del mundo.
¡Hasta mañana!...