El padre Soárez hablaba con su más rico feligrés. Le dijo:
-Creemos que sólo en los tiempos antiguos acontecían los milagros. Y sin embargo aquí, en esta parroquia, acaba de haber uno. Sucedió que un hombre iba por la calle, y vio a un miserable pordiosero temblando de frío. Fue hacia él y le entregó su abrigo para que se cubriera. Al día siguiente ese mismo hombre vino al templo, y vio que la imagen de Cristo en el altar tenía puesto el abrigo que él regaló a aquel pobre.
El rico feligrés clavó en el padre Soárez una mirada escéptica.
-¿Estoy obligado a creer eso? -preguntó.
-Nadie está obligado a creer nada -respondió el padre Soárez-. Pero todos estamos obligados a dar a Jesús algo en la persona de sus pobres.
Calló el rico. No creía en los milagros. Y dar es un milagro.
¡Hasta mañana!...