-No tengo ni un amigo -decía a San Virila un hombre solitario-.
-Sí lo tienes -lo consoló él-. Mira a todos los hombres frente a ti.
-Son muchos -respondió el solitario-. Pero ninguno es mi amigo.
-Está bien -dijo San Virila-. Ahora mira tras de ti.
-¿Cómo me pides eso? -se quejó el hombre-. Ahí están mis enemigos.
-Vuelve la vista a tu derecha -le pidió el Santo-.
-No veo tampoco ni un amigo.
-Entonces mira hacia tu izquierda.
-Tampoco ahí encuentro a nadie -contestó con desolación el solitario-. Te digo que yo no tengo amigos.
-¿No? -se preocupó San Virila-. Vuelve tus ojos al interior de ti.
El hombre se miró a sí mismo. Tampoco ahí encontró un amigo.
-Aprende -le dijo entonces San Virila-, que si quieres estar en paz con los demás primero debes estar en paz contigo mismo.
¡Hasta mañana!...