Mamá Lata, la madre de mi madre, tenía confianza ciega en el poder de la oración. Alguno de sus hijos no compartía esa fe. Decía:
-Dios es tan grande que la oración de la criatura humana no lo puede hacer cambiar.
Mi abuela contestaba:
-Yo pienso lo mismo que tú: la oración no cambia a Dios. Pero sí cambia al que ora. No rezo para cambiar a Dios. Rezo para cambiar yo.
Mamá Lata era una santa con delantal. En ella se cumplían todas las bienaventuranzas. Mansa y humilde de corazón, jamás dejó de hacer ninguna de las obras de misericordia que el buen padre Ripalda enumeró en su Catecismo. Estoy seguro de que ella fue la respuesta a la oración de muchos. En su humildad y mansedumbre, en su bondad, se mostraba el poder de la oración.
¡Hasta mañana!...