Jean Cusset, ateo siempre con excepción de las veces que se siente feliz -porque entonces necesita alguien a quien darle las gracias-, dio un nuevo sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre, y continuó:
-No se puede probar científicamente la existencia de Dios, del mismo modo que no se puede probar teológicamente la existencia de los protones y los electrones. Sin embargo Dios existe, y posiblemente los protones y los electrones existan también.
-Lo que sucede -siguió diciendo Jean Cusset- es que al parecer Dios gusta de jugar a las escondidas con los hombres, y sólo se les ha ido revelando lentamente. Cada descubrimiento que los hombres hacen, ya sean las grandes cosas que con los microscopios pueden verse o las pequeñas que con los telescopios se pueden ver, es como si el hombre sorprendiera a Dios oculto atrás de un microrganismo o de algún astro.
-Por eso -dijo Jean Cusset- quienes no contemplan el universo de lo creado jamás encontrarán a Dios. Porque no juegan con Él a las escondidas.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...