A doña Rosa le llegaban con chismes cada día. Le decían que don Abundio, su esposo, era muy enamorado; que en cada rancho, de Arteaga hasta el Potrero, tenía una chimenea.
Y contestaba gallarda doña Rosa:
-Mi marido canta muy fuerte como pa’ que lo oiga nomás una mujer. Lo único que le pido es que en su casa no tenga colgada la guitarra.
Cincuenta y cinco años de matrimonio cumplieron recientemente doña Rosa y don Abundio. Son felices; los dos ríen cuando hablan de las pasadas culpas de él como si hablaran de las travesuras de un chamaco. Se asombran nuestros amigos que van a visitarnos, y sus señoras se escandalizan un poquito. Yo les digo que así es la vida en el rancho. Aquí la Naturaleza dice cosas que nosotros no oímos en la ciudad.
¡Hasta mañana!...