Todo mundo admiraba a las águilas, y a las gallinas las despreciaban todos.
Ofendidas por esa discriminación las gallinas decidieron desaparecer. Un buen día el mundo amaneció sin gallinas. Se acabaron los deliciosos huevos del almuerzo y no hubo ya pollos para la comida. Seguía habiendo águilas, sí, pero ¿para qué servían las águilas? Nada más como emblema en los escudos.
Pasaron los años. La gente hablaba de las gallinas con nostalgia. ¡Qué hermosas eran! Más aristócratas que las águilas, y más majestuosas. Los nobles empezaron a poner gallinas en su heráldica, y en lábaros y banderas andaban las gallinas.
Las águilas se sentían muy mal, pues eran ahora objeto de desdén. Se volvieron medrosas y apocadas. Cuando un hombre se acobardaba o sentía temor le decían los otros:
-No seas águila.
¡Hasta mañana!...