Aquella mujer se negaba a creer en Dios. Inútilmente San Virila había predicado sólo para ella; en vano le expresó con palabras elocuentes las verdades de la fe.
-Creeré solamente si haces un milagro -le dijo la mujer.
-¿Qué clase de milagro te gustaría que hiciera? -preguntó el santo.
-No sé -le contestó la incrédula-. Cualquiera. Mueve una montaña. Cambia el curso de un río. Haz que se detenga el sol...
-Dime -le preguntó entonces San Virila-. ¿Tienes hijos?
-Cuatro -respondió la mujer.
-De nada servirá entonces que haga yo cualquier milagro -le respondió Virila-. En ti se ha hecho cuatro veces el milagro más grande que puede haber: el de la vida. Si con eso no has creído, con nada creerás.
Se alejó tristemente San Virila. Y la mujer quedó sola. Sola y sin fe, que es como estar dos veces sola.
¡Hasta mañana!...