El joven padre Anselmo fue con el padre Soárez y le dijo lleno de confusión y desconcierto:
-No entiendo, padre Soárez. Cuando yo oficio la misa el organista de la capilla toca mal. Desafina. No pone el alma en sus notas. No conmueve. En cambio cuando usted oficia toca maravillosamente bien; jamás desafina; se entrega en cuerpo y alma en cada nota; conmueve hondamente con su música. ¿Por qué?
Con una sonrisa respondió el padre Soárez:
-Es que una vez le dije que toca maravillosamente bien, que jamás desafina, que se entrega en cuerpo y alma en cada nota y que conmueve hondamente con su música.
¡Hasta mañana!...