De cuantos pecados hay, la envidia es el más triste.
De los otros pecados deriva el pecador algún deleite: el avaro se goza en sus riquezas; el perezoso disfruta su molicie; el iracundo desfoga su furor; el goloso da gusto al paladar; el soberbio en sí mismo se complace; el lujurioso halla regalo en el placer sensual...
Pero la envidia es tristeza, y nada más. Al envidioso le causa sufrimiento el bien ajeno, y por mirarlo deja de ver el bien que tiene. Sin darse cuenta, al envidiar está mostrando admiración al envidiado.
De todos los pecados líbrame, Señor, pero de la envidia más. No quiero ser pecador triste. Y si por necio caigo en tentación de envidia, que sea sólo por envidiar la sabiduría de quien no envidia nada.
¡Hasta mañana!..