Ayer llegó la lluvia.
La oí de pronto. Bailaba un pizzicato en el techo de la cabaña. Luego se deshizo en un llanto suavísimo, como si la ventana se hubiera puesto a llorar alguna ausencia.
En cada aguja de cada rama de cada pino quedó una gotita, corazón diminuto y transparente. El árbol grande que está junto a la puerta, y que en la tarde opaca era un anciano vestido de jirones, cuando brilló el sol se volvió aparador de Tiffany’s o Cartier.
Yo, sin salir, dejé que la lluvia me mojara. Un tenue río de lluvia me recorrió por dentro y me empapó la carne aridecida por el pensamiento. Luego dejó de llover. Por el goterón caía una gotita, tic tac de una clepsidra. Se hizo de noche. Yo, dormido, soñé en un río de aguas fluentes que me llevaba, marinero en un barco hecho de pino, hacia las quietas aguas de un eterno mar.
¡Hasta mañana!...