A los 40 años de su edad John Dee viajó a París. Iba a dictar un curso de Lógica en la antigua universidad francesa. John Dee era un severo hombre de estudios. Joven aún descubrió la filosofía estoica, y se apartó por siempre de “la piara de Epicuro”, es decir, de quienes buscan los deleites del cuerpo. Sólo que los deleites del cuerpo, bien señoreados, son también deleites del espíritu. Y a los deleites del espíritu renunció igualmente Dee. Se volvió un hombre seco y árido, anciano en plena juventud.
Fue entonces cuando viajó a París. Ahí conoció la buena mesa y el buen vino, la buena amistad, la buena conversación y la contemplación de cosas buenas. Y otras cosas mejores conoció que no pudo siquiera presentir en el rigor de su existencia antigua. Cuando volvió a Inglaterra era otro hombre. Sus alumnos lo hallaban más cordial. Y más sabio también.
-¿Qué aprendiste en París? -le preguntaban.
-Aprendí vida -contestaba John Dee-. No existe sabiduría mayor.
Y sonreía, porque ahora sí estaba vivo.
¡Hasta mañana!...