Cuando el rabino Bunam se hizo viejo, la luz de sus ojos se apagó, y el hombre quedó ciego.
Un día sus discípulos le preguntaron si le gustaría cambiar su sitio con el que tuvo Abraham.
-No, -contestó el sabio rabino sin vacilación-. ¿De qué le serviría a Dios un Abraham ciego como Bunam? Y ¿de qué le serviría que el pobre ciego Bunam llegara a ser Abraham?
Concluyó:
-Es mejor que Abraham siga siendo Abraham. Yo, por mi parte, procuraré ser un mejor yo.
Entonces los discípulos recordaron las palabras que otro rabino, Susya, dijo poco antes de morir: "Dios no me preguntará por qué no pude ser un poco lo que fue Moisés. Querrá saber por qué no fui todo lo que Susya pudo ser".
¡Hasta mañana!...