En el convento de San Virila los mosquitos importunaban a los monjes. El padre superior, malhumorado, se quejaba de que no lo dejaban dormir, y hasta cometió la osadía de preguntar por qué el Señor había creado a los mosquitos. Luego le pidió a San Virila que hiciera algún milagro para librarlos de aquella plaga zumbadora. El santo prometió que haría algo al respecto.
Esa noche el abad pudo dormir en paz, y los monjes no oyeron ya el zumbar de los mosquitos. Al día siguiente le dieron gracias a Virila por haberles quitado esa mala ralea picadora. Le preguntaron cómo había hecho el milagro. Respondió San Virila:
-Les dije a los mosquitos que si debían picar a alguien me picaran a mí. A todos los tuve en mi celda anoche. Si queremos un milagro debemos hacer algo para merecerlo.
¡Hasta mañana!...