En la fiesta de la vendimia de la casa Cetto encuentro a Sergio Sarmiento. Me toma él por el brazo.
-Ven; quiero que unos amigos te conozcan.
Me lleva ante ellos y les dice:
-Les presento al mejor columnista de México.
Pongo cara de asombro y le pregunto, consternado:
-¿Cómo es eso, Sergio? ¿Qué tú ya dejaste de escribir?
No dije eso por cortesía, o por corresponder al desmesurado elogio que hizo de mí, fruto de su generosidad. Lo dije en sincero reconocimiento a una calidad mejor que la mía.
Admiro en Sergio Sarmiento las prendas que me faltan: capacidad de análisis; serenidad de juicio; estilo terso; claridad de ideas... Pero más admiro su calidad humana. Esa bondad suya fue el mejor regalo que traje de aquella fiesta llena de regalos.
¡Hasta mañana!...