A los 50 años de su edad Salim ben Ezra se enamoró de una chiquilla veleidosa y llena de caprichos.
Salim era hombre célibe; jamás había conocido el amor de una mujer. Así, la muchachilla hizo de él un guiñapo: aquel gran adalid que sonreía con desdén ante un ejército cristiano temblaba en la presencia de la pequeña fiera que lo dominaba, y que ante sus esclavas hacía que Ben Ezra se tendiera de espaldas en el suelo para ponerle el pie en el rostro, y humillarlo. Y sin embargo Salim solía decir que aquel amor era lo único verdadero que en su vida había tenido.
Poco tardó la niña en aburrirse del hombre que la amó. Una noche dejó el palacio y escapó con un mercader joven que luego la abandonó en medio del camino. Salim, que supo aquello, la compadecía.
-¡Pobrecita! -decía con tristeza-. A los 16 años conoció la mentira. Feliz yo, que a los 50 conocí la verdad.
¡Hasta mañana!...