Dijo un incrédulo a San Virila:
-Quiero que me hagas un milagro.
-Con gusto te lo haré -respondió el santo-.
Esperaba el incrédulo que San Virila moviera una montaña, que detuviera el sol, que hiciera que las aguas del río fluyeran hacia arriba. Así, se sentó a ver el espectáculo.
San Virila le pidió su manto.
-¿Quién lo tejió -le preguntó con interés-.
-Mi mujer -contestó el hombre-.
-Bien tejido está -comentó San Virila.
-Así es -aceptó el hombre satisfecho-. Mi esposa teje bien.
-Mira tu manto -le dijo San Virila-. En él está el milagro que me pides. Lo hizo tu esposa. Es gran milagro hacer ordinarias las cosas extraordinarias, pero es milagro mayor hacer extraordinarias las cosas ordinarias.
¡Hasta mañana!...