El mejor homenaje a Marcel Marceau debería ser el silencio.
En un mundo atosigado por todos los sonidos y las furias todas, el arte silencioso del gran mimo fue elocuencia. Sin decir nunca nada dijo mucho. Sin palabras habló del hombre y de la vida. Voz trapense, su oratoria consistió en callar.
Nadie como él antes. Como él, nadie después. Inventor de sí mismo, nada podrá romper el silencio que ahora deja. Ni siquiera otro silencio.
Ángel, niño, poeta, juglar, la muerte de Marcel Marceau es final pantomima que nos hace pensar en nuestra propia muerte. Por un momento -por un momento que se llama vida- somos lo que él fue: un rostro enharinado, una sonrisa triste y una lágrima que no llega a caer.
¡Hasta mañana!...