Yo, ignorante que sabe cuánto ignora, hago preguntas.
Mis preguntas son humildes, sin embargo. No pregunto, por ejemplo, de dónde vino la vida, de dónde vino el hombre...
Pregunto sencillamente de dónde vino el pan que está sobre mi mesa.
Eso de que sobre mi mesa haya qué comer lo considero un misterio que por mí mismo no puedo descifrar. Trabajo, es cierto, pero otros trabajan más que yo, y en su mesa no hay lo que en la mía. Incapaz de explicar eso me rindo ante el Misterio del cual este misterio viene.
Creo en eso que la gente piadosa llama Divina Providencia. Como hago el primer día de cada mes, encenderé hoy una pequeña vela para que me recuerde que yo no hago el pan que me alimenta. Pensaré también en la humana providencia en que se vuelve aquel que da de lo suyo a los demás. Por ser humana, y por ser providencia, esa providencia humana participa también de lo divino.
¡Hasta mañana!...