Tengo sobre mi mesa la primera nuez que dio el nogal más temprano de la huerta.
Otras muchas vendrán después de ella: los árboles muestran el copioso fruto que colmará los sacos cuando los vareadores lleguen. Pero esta nuez es jubiloso heraldo de abundancia, y yo la dejo ahí, al lado de las flores que ponen en la sala su aroma y su color.
Estos nogales ¿cuántos años tienen? No lo sé. Cuando llegué a la huerta ellos ya estaban ahí. Son árboles ancianos; eso sí lo sé. Sus gruesos troncos y sus altas ramas hablan del tiempo que pasó. Pero esta nuez primera es como niña acabada de nacer. El árbol viejo rinde fruto nuevo.
Miro la pequeñez perfecta de esta nuez inicial y pienso que ni los muchos años deben apartarnos de la gozosa tarea de dar. Quizá sea pequeño nuestro don, pero el amor con que lo damos lo hará grande.
¡Hasta mañana!...