Recuerdo, Terry, cómo jugabas con las hojas de los nogales cuando el otoño las hacía venir al suelo. Eras un perro joven, casi niño, y el ver caer las hojas te divertía.
Después, al paso de los años, ya no jugabas con las hojas otoñales. Desde la ventana las veías caer, y tu actitud era la de un filósofo que meditara sobre el acabamiento de la vida.
No hay tal acabamiento, Terry mío. La vida acaba siempre, pero siempre empieza. Las hojas de verde tierno que veías en marzo eran las mismas doradas hojas que mirabas caer en los primeros días de octubre. Veo por la ventana caer las hojas, como hacías tú, y pienso si acaso el perro que antes fuiste es otro perro hoy; un perro joven, casi niño, que está jugando ahora con las hojas que caen de los nogales.
¡Hasta mañana!...