Junto con las primeras nueces llegan a nuestro huerto las palomas.
¿Qué sabiduría misteriosa las trae al mismo tiempo que madura el fruto? No lo sé. Pero puntuales llegan las aladas visitantes, y su aleteo gozoso pone una nota alegre en la tristeza del otoño.
Hay un oculto ritmo en la naturaleza que los hombres, pequeños como somos, no podemos percibir. Pero esa música inaudible la escuchan las criaturas, y siguen su armonía. A nosotros la soberbia nos hace ciegos, sordos, y andamos por caminos que llevan a ninguna parte.
Una invisible vía trae a las palomas hasta estos amigos suyos, los nogales. Ellos, al verlas, sienten dicha. Así lo creo porque a su llegada dejan caer sus nueces con prodigalidad mayor.
De la paloma y el nogal quisiera yo aprender esa armonía con el mundo. Tendría entonces la serenidad que tiene el que camina acordando sus pasos a la música de la naturaleza.
¡Hasta mañana!...