Jean Cusset, ateo siempre con excepción de las veces que su hijita le da un beso, miró a contra luz su martini -con dos aceitunas como siempre- y continuó:
-Yo no temo a la muerte. Temo al dolor del cuerpo, sí, y a ese supremo dolor del alma que es la soledad. Pero a la muerte no. Y no la temo porque jamás estaremos juntos ella y yo: ahora que yo soy ella no es; cuando sea ella yo ya no seré.
-Todo es vida -siguió diciendo Jean Cusset-, hasta la muerte. La misma vida que Dios creó en el principio de los tiempos es la vida que ahora hay, infinitamente varía, como el mar, infinitamente igual a sí misma, como el mar. De esa Vida soy parte. Mi vida de ahora se repetirá en la Vida eternamente.
-Dios es Amor, nos enseñaron -concluyó Jean Cusset-. Si es Amor entonces es Vida. Y no puede haber muerte contra Él.
Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!..