Llovió una mansa lluvia en el Potrero. Mansamente llovió la lluvia, como con miedo de tocar la tierra. Después el cielo se hizo azul, y fue el primer día de la creación. Las nubes se apartaron para no manchar el azul tan azul de aquel azul.
Y luego otro milagro: se dibujó en la bóveda celeste un arco iris doble que iba de un lado a otro del extendido valle. Tan cerca se veían los colores que casi podías hacer con ellos un listón. Guardé silencio, porque pensé que cualquier palabra que dijera podía romper aquella maravilla como se rompe un sueño al despertar.
Algún apóstol dijo que a Dios nadie lo ha visto nunca.
Me pregunto si aquel apóstol estaría ciego.
¡Hasta mañana!...