Desde la ventanilla del avión miro la espléndida bahía, y luego el mar abierto, móvil inmensidad en la que se hundieron ya todas las metáforas, de modo que ahora sólo se puede comparar al mar con el mar mismo.
Después miro otro océano, el de las nubes que cubren la bóveda del cielo hasta donde los ojos pueden ver. Y pienso que ayer las aguas del mar fueron nubes, y que mañana las nubes tomarán sus aguas del cambiante mar. Y entre el anuncio de que en este momento estamos iniciando nuestro aterrizaje y la visión de las luces de la ciudad que se aparecen, me llega de pronto el pensamiento de la eternidad, de esa verdadera eternidad: la vida, siempre la misma y siempre renovándose. Y en ella nosotros siempre, como parte de un universo que no conocemos todavía pero en el cual estamos, y hemos estado ya, y estaremos otra vez.
¡Hasta mañana!...