Tomo un avión que me llevará de Chihuahua a Torreón. Va a amanecer apenas. El último viento de la noche se despide agitando en los sicomoros las hojas del otoño.
Sube el avión. Abajo, las luces de la ciudad aún dormida parecen una asamblea de cocuyos. Arriba el sol, cocuyo majestuoso, empieza a aparecer, triunfal como la vida.
Por la noche me doy un regalo a mí mismo: voy a Parras. En una añosa huerta bebo el cálido vino coridalísimo de esa ciudad amable, vino de uva que sirve para que Dios se haga hombre y para que los hombres nos sintamos un poquitito dioses. De pronto, actriz que sabe bien su oficio, la luna llena hace su aparición sobre la copa de los nogales y se refleja en el fondo de mi copa.
Bebamos, Dios. Bebamos. Tú por la eternidad de la vida que hiciste. Y yo por Ti, en acción de gracias por haberme puesto en esa vida, eterna como Tú.
¡Hasta mañana!...