En Navidad los hombres descansamos de nosotros mismos. Hacemos a un lado la triste carga que llevamos de mezquindad y envidia, de indiferencia y desamor, y otra vez nos hacemos como niños, y desde nuestra baja tierra miramos, como ellos, el reino de los cielos.
Yo amo la Navidad. La amé primero por mis padres, que me enseñaron que todos nacimos en la Navidad. La amé, luego, por mis hijos: cada uno de ellos fue en mi vida una hermosa Navidad. Y ahora la amo más por mis pequeños nietos, que son más míos en estos días en que el amor se vuelve más amor.
El mundo es cosa triste muchas veces. Dios vio que era bueno, pero nosotros lo hemos vuelto malo. En la Navidad ponemos nuestra maldad en breve olvido, y soñamos el sueño de ser buenos. Ese instante de amor puede salvarnos si hacemos que cada día sea una Navidad. La estoy esperando ya como se espera a la felicidad. Cuando llegue le voy a abrir la puerta de mi casa, y mi casa será toda luz, toda amor y toda paz.
¡Hasta mañana!...