En estos días yo pienso mucho en San José. Fue padre putativo de Jesús, es decir, figuró como su padre sin serlo verdaderamente. (Eso explica por qué a los que se llaman José les dicen Pepe. En las antiguas imágenes de San José aparecía su título, Pater Putativus, expresado con sus iniciales mayúsculas: P.P. De ahí el Pepe).
San José -como San Pedro- dudó, y eso lo hace muy humano. Mas cuando supo la verdad se rindió a ella. También él dijo: "He aquí el esclavo del Señor...".
Es San José un santo de humildad: en los retablos flamencos donde se pinta la escena de la Natividad siempre aparece en un segundo plano, inadvertido, casi. Tal se diría que se juzga indigno de estar a lado de la magnificencia del Dios Niño y de la Virgen en cuyo seno se hizo hombre el Redentor.
Yo amo a este amable santo que se sacrificó al prodigio. Su santidad estriba en haberse librado de esa pesada carga que es el yo. En esta Navidad le voy a pedir una viruta de su carpintería, para acordarme de olvidarme.
¡Hasta mañana!...