Lucy, la más pequeña de mis nietas, le pidió en Navidad al Niño Dios que le trajera un copo de nieve.
Desde antes de nacer ella no ha habido una nevada aquí. Pero en una película vio Lucy caer los suaves y silenciosos copos, y quiso tener uno en sus manos.
Sus papás le explicaron que la nieve se derrite y desaparece. Ella respondió que el copo de nieve que le traería el Niño Dios seguramente sería distinto a los demás, y no se derretiría nunca.
Olvidó luego su deseo, claro. A su edad -y a la mía- se olvidan muchas cosas. Pero yo no olvidaré el sueño de mi nietecita. Soñaré una nevada, y al despertar tendré en las manos un copo de nieve blanco y suave como una paloma hecha de cielo. Se lo daré a Lucy, y el copo no desaparecerá, porque los sueños del que ama jamás desaparecen.
¡Hasta mañana!...