MIENTRAS LOS MEXICANOS andábamos muy distraídos y entretenidos con el penoso asunto de Don Vicente Fox y su Martita del alma, los dueños del dinero dieron enorme tarascada y pudieron engullirse sin chistar ni hacer ruido una empresa que es propiedad del Estado Mexicano, o lo que es lo mismo, propiedad de todos y cada uno de nosotros. Nos referimos a la línea aérea Aeroméxico, que en unos cuantos segundos pasó a formar parte del grupo financiero y bancario City Corp con residencia en la Ciudad de Nueva York.
EN TANTO que millones de jóvenes se tronaban los dedos para conocer quiénes serían los nuevos integrantes del grupo musical de “Timbiriche”, varios hombres de negocios, mediante una seudosubasta plagada de irregularidades y violaciones (así se tratara de acciones mercantiles), compraron una de las dos más importantes líneas aéreas de México.
DESDE AQUELLOS lejanos tiempos de 1836, en el que Don Antonio López de Santa Ana perdió por distraído y dormilón el territorio de Texas en beneficio de los norteamericanos y hasta nuestros días, hemos visto de manera reiterada y repetitiva cómo los mexicanos perdemos nuestro patrimonio sin chistar por andar pensado en otras cosas.
MÁS OCUPADOS EN CONFLICTOS y controversias constitucionales; en andar investigando hechos históricas sucedidos hace más de 39 años; preocupados por los devaneos de “Boby Larios” (háganme ustedes el favor) y de otros cientos seudoactores y seudoactrices que viven y moran en las “Revistas Rosas” y en los programas de chismes de la televisión; Así, mientras la gran mayoría de los mexicanos estábamos distraídos en puras y meras tonterías, los hombres del dinero se hicieron nuevamente de una parte del patrimonio de todos.
LA SUBASTA que realizaron el IPAB y la Secretaría de Hacienda buscando un mejor postor para la compra de las acciones de Aeroméxico, no tiene antecedentes históricos en este país, con ninguna otra que se hayan celebrado los gobiernos de México para deshacerse de su patrimonio.
ES LA PRIMERA SUBASTA que se realiza mediante pura telefonía sin que haya existido previamente una publicación de una convocatoria, en la cual se hubiesen determinado los procedimientos y formalidades para la subasta y pujas. Nada de eso ¡para qué! Los señores del IPAB se sentaron frente a una mesa y pacientes esperaron que sonara el timbre del teléfono con la llamada de algún aspirante. Entre cafecitos y té de tila, los funcionarios empezaron a contestar el teléfono que ahora sí repiqueteaba fuerte y seguido. -¡Hola! está usted hablando al IPAB, dígame con quién tengo el gusto de hablar. –Soy el señor Saba quiero ofrecer 200 millones de dólares por Aeroméxico-. -Correcto Sr. Saba ya lo anotamos, por favor cuelgue. Suena de nuevo el Teléfono. -Hola ¿quién habla? –Soy el señor que ¡¿representa¡? a Banamex y quiero ofrecer 200 millones de dólares y diez dólares mas.- Gracias cuelgue.
Suena de nuevo el teléfono.- Dígame. –Habla de nuevo el señor Saba quiero ofrecer quince dólares más que lo ofrecido por Banamex.- Lo sentimos mucho, pero ya pasó un segundo y hemos cerrado la subasta, que por cierto la ganó la persona que habló antes que usted y que dijo representar a Banamex.
ESTAMOS CIERTOS de que así bebió haber sido el diálogo entre los integrantes del IPAB y los interesados. La verdad es que faltó legitimidad en el proceso y que no hubo ninguna transparencia. Y lo peor: a todos los involucrados les faltó vergüenza en este feo asunto.
Y MIENTRAS TODAS esas cosan importantes ocurrían, nosotros estábamos ocupados en el gravísimo asunto de la banda “Timbiriche” y similares.
Lo que realmente sucede es que los mexicanos tenemos una memoria muy flaca, pues si ustedes lectores observan, casi en ninguno de los medios se ha cuestionado la ilegalidad de esta subasta telefónica.
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