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Mirar lejos

Federico Reyes Heroles

¿Principios o pragmatismo? Cualquier extremo es dañino. Como siempre el reto se encuentra en algún sitio intermedio. Quien sólo sigue sus ideales terminará peleado con la realidad. Quien sólo atiende a ésta perderá el rumbo. Hace poco más de trece años entró en vigor el TLC. A muchos connacionales el asunto les provocaba resquemor. En particular la relación con la mayor potencia económica del mundo suscitaba, y no sin motivos, miedo. El gran monstruo del norte habría de devorarnos, seríamos incapaces de seguir siendo nosotros mismos. Nuestra identidad se tambalearía; terminaríamos por ser un apéndice. El pragmatismo -se decía- traicionaba los ideales de independencia.

El tratado significaba mucho más que simple intercambio de mercancías. Caminábamos a una auténtica confrontación cultural con el principal “ogro” de nuestra historia oficial. En pleno pragmatismo dimos la cara a hechos irreversibles: nuestra vecindad con el principal mercado del orbe, la integración del mundo en regiones económicas, en una palabra a la globalización. El TLC no llegó tan lejos como otros acuerdos, se quedó en lo comercial y financiero, pero no incluyó ni los mercados de mano de obra, ni mecanismos como las cuotas compensatorias de la Unión Europea. Tampoco los energéticos.

Sin embargo, buena parte de los pronósticos de los impulsores del TLC se convirtieron en realidad: los intercambios comerciales aumentaron exponencialmente, los flujos de inversión extranjera crecieron y contra los prejuicios de los pesimistas, México no fue devorado. Por el contrario, por primera ocasión en nuestra historia logramos un significativo superávit con EU. Problemas hay y muchos, pero no cabe duda que el TLC es el hecho económico más importante de nuestra historia reciente. No ha sido fácil, en el camino varias ramas industriales se las vieron negras cuando no quebraron; los beneficios no han sido homogéneos en el país, el norte avanzó mucho más que el sur; el empleo no ha crecido lo que necesitamos y por supuesto la realidad de nuestros migrantes es una vergüenza para los dos países.

Pero ¿podemos imaginar dónde estaría hoy México en el contexto internacional sin el TLC? Tenemos las carencias bien identificadas, pero los beneficios se disuelven en nuestra vida cotidiana. Además muchos de ellos son beneficios que rompieron moldes y costumbres. Todo ajuste duele. Hoy el principal empleador privado es Wall Mart. Para algunos ello supone nombrar el demonio mismo. Pero la pregunta de fondo es si el pequeño y caro comercio hubiera podido aumentar el consumo de decenas de millones -como ha ocurrido- sin nuevos mecanismos de comercialización. Cómo explicar la explosión de clases de ingresos medios sin la apertura de los mercados.

En lo que con claridad hemos fallado es en explicar los beneficios mutuos, es decir en convencer dentro de los EE.UU. de las ganancias para ese país. En un estudio reciente de Zogby un 48% de los estadounidenses considera que el TLC ha sido perjudicial. A pesar de que líderes sindicales y el propio Alan Greenspan se han pronunciado a favor de la liberalización del mercado de mano de obra y a favor de un acuerdo migratorio en beneficio de la economía de EU, la opinión pública considera a nuestros trabajadores una amenaza contra sus propios empleos. Por supuesto ni republicanos ni demócratas están dispuestos a enfrentar esa resistencia, prefieren navegar con la ignorancia.

A pesar de todas las carencias parte de la modernidad del México de hoy proviene de esa confrontación con la realidad de los mercados que rompió la cerrazón de casi un siglo. Sin embargo, el TLC en México se ha quedado sin defensores. Avanzó poco durante la gestión de Fox, no era prioridad. No se vio el beneficio modernizador que la apertura tiene en sí misma. En el 2006 se dijeron muchas barbaridades. El último acto muy importante fue la firma del tratado comercial con la Unión Europea impulsado por Zedillo y que tuvo como artífice a Jaime Zabludovsky. Pero el mundo ha cambiado tanto que lo que hace década y media era el área comercial más exitosa hoy se mira aletargada, de hecho es la de menor crecimiento en el mundo. Nuestro superávit con EU pronto no alcanzará para cubrir nuestros déficits con Asia y Europa. ¿Qué hacer?

Los principios dictan diversificar nuestras exportaciones para ser más independientes de los EU. Pero también podríamos profundizar el TLC, ampliarlo: ¿cuánto nos cuesta el peso? De nuevo debemos sobreponer criterios pragmáticos que nos permitan crecer más rápido, generar más empleos y por supuesto disminuir la pobreza. Diversificar nuestras exportaciones como lo ha hecho Chile no es incompatible con una mayor integración. Lo que no debe ocurrir es que nos quedemos en ningún mundo, que no seamos capaces de leer con frialdad al mundo. Cuando mira uno a los jefes de Estado de Alemania y Francia darse abrazos olvidando el pasado por conveniencia, compartiendo moneda; cuando Polonia decide penetrar económicamente a sus enemigos históricos, cuando China apunta para ser el principal socio comercial de los EU, cabe la pregunta ¿qué va primero, el hambre o el nacionalismo?

Hoy el presidente Calderón se reúne con el Primer Ministro de Canadá y el presidente de los EU. Seguridad, narcotráfico son temas obligados. Pero ¿no deberíamos darnos la oportunidad de mirar lejos, de imaginar los nuevos retos del TLC ante el fracaso del ALCA, ante el Mercosur, ante la integración energética del cono sur, frente a la nueva Unión Europea y la agresiva Asia? En pragmatismo nos estamos quedando cortos. Ese es el dilema.

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