He verificado, investigado, explorado y tanteado en cada uno de los libracos que contienen las reglas jurídicas a las que debemos atenernos los mexicanos y en ninguna hoja aparece el derecho de Vicente Fox Quesada a que le llamen presidente una vez concluido su sexenio. Se quejó ante los medios de que ahora, habiendo dejado el cargo, no se le dé ese tratamiento. Aludió para fundar su dicho en que al referirse a Benito Juárez o a Francisco I. Madero o a Lázaro Cárdenas no les dicen ex presidentes sino, como corresponde, presidente Juárez, presidente Madero o presidente Cárdenas. Él, aduce, también merece que lo distingan con ese honroso calificativo. Si consideramos al pie de la letra la petición o reclamo, puede estimarse que es una más de las puntadas que caracterizaron a Fox durante los seis años que permaneció al frente del Ejecutivo. No ha variado en lo más mínimo la apreciación que tengo de su persona de tratarse de un hombre con una calidad humana excepcional. Estuvo en un tris de convertirse en un patriota distinguido –vendiendo refrescos de cola- si no es por que siendo un hombre bueno, en mala hora le aconsejaron que hiciera campaña para llegar a la Presidencia de la República. La política no es para que militen personas que desconocen lo que es la perversidad.
Pero vayamos por partes, como solía decir Jack el Destripador. No tuvo el tino de escoger para ejemplarizar a otros mandatarios que no fueran los que el pueblo de varias épocas considera héroes nacionales. El lustre que los acompaña no sólo les ganó el respeto a seguirlos llamando presidentes, por distintas generaciones, pues además su imagen gigantesca les valió les fueran erigidas estatuas que presiden el diario transitar de los mexicanos. Lo mismo los encuentra uno en los bautizos a céntricas avenidas de las poblaciones que existen a los largo y ancho del territorio nacional, que en mercados o escuelas oficiales y en cuanto lugar sirve para homenajearlos y recordar su existencia.
Son héroes por disposición popular. Dieron a sus semejantes un ejemplo de patriotismo que los elevó por encima de las habituales rencillas que aun hoy amenazan con dividir a los mexicanos.
Desafortunadamente no es el caso de Fox. No hay punto de comparación. Los héroes que fueron aquéllos, no lo solicitaron, lo ganaron en buena Ley como si se tratara de un título nobiliario por haberse distinguido en la defensa de los ideales que perduran en el corazón de la mayoría de los mexicanos. Todos los prohombres que menciona Fox han fallecido. Lo honores obtenidos son fruto de un reconocimiento a la memoria de cada uno de ellos.
Necesitaría Fox dos cosas. Primero, no mendigarlo y segundo, esperar al implacable juicio de la historia. Cualquier posibilidad de que el galardón se le dé en vida queda descartado. Ni siquiera, mientras sus pulmones respiren, tiene la oportunidad de que se discuta si tiene los merecimientos, adquiridos a través del desempeño como mandatario, pues la corona de laurel no se entrega a seres vivos.
Hay, debemos considerarlo así: o un razonamiento equivocado o una soberbia que raya en la inocencia. En dado caso le falta estatura. Es obvio que no la física, pues su ascendencia le dio lo que no corresponde a la media de los mexicanos, una buena talla. Es lo que acá les decimos grandotes, cuya corpulencia suele ser imponente. Desde luego, la estatura a que nos referimos es a la magnitud de logros a que llegó durante los años de su carrera política. En todo caso, los Premios Nobel se dan sólo a los que están vivos, en tanto la gloria de un reconocimiento es póstumo.
Echeverría, De la Madrid, Salinas y Zedillo, carecen de méritos que pudieran convertirlos en paladines de las causas populares, ni vivos ni muertos. Ninguno tuvo a bien esforzarse para hacer de este país un lugar mejor al que tenemos. Antes todo lo contrario, habría buenas razones para levantar el puño airado y reclamarles su indolencia.
Hace unas semanas Vicente Fox presentó a los medios un nuevo complejo educativo, denominado también Centro para la Democracia. –de seguro designará como director a Luis Carlos Ugalde, actual consejero presidente de l IFE-. La obra se construye en un terreno de cuatro mil metros cuadrados y está ubicado a un costado de la hacienda de la familia Fox, en el rancho San Cristóbal, allá por San Francisco del Rincón, Guanajuato.
Ahí piensa construir, se dice, una réplica de la casa de Los Pinos, con una primorosa copia de lo que fue su despacho presidencial. Nadie le regatea que fue presidente de este país, que lo hizo bien o mal, es otro cantar.
Las futuras generaciones podrán decir si merece el altar del Parnaso o se lo llevará el viento del olvido, junto a su centro de estudios que, bien a bien, nadie sabe quién financia. Ni para qué va a servir, como no sea para satisfacer su ego. Alguna vez dijo, dentro de esa facundia que no lo deja un momento, que si no le cumplía a México se convertiría en el (ex) presidente más repudiado de la historia. En fin, seamos francos, lo mejor que puede hacer es irse a los Estados Unidos de América, a los que sirvió cumplidamente. En la tierra de las barras y las estrellas sí podrá recibir el título de mister President, que continúa aun después de concluir su periodo, hasta que fallece y es llevado al cementerio de Arlington.