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Monumentos para Torreón (Una selección aleatoria, Vol. 1)

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Lo bueno es que ya nos avisaron que los “regalos” por el Centenario de la ciudad nos los van a entregar en el 2008. O en el 2009. O cuando el infierno se congele, total. El caso es que ni el inepto Gobierno municipal ni el cada vez más siniestro Profe Moreira le legaron a la ciudad ninguna obra material digna de tan prominente cumpleaños. Ah, sí: ya están prometidos cien millones de pesos para un nuevo estadio. Supongo que son los mismos cien millones que el mismo gobernador había prometido para el Centenario, nada más que ya jineteados. Y supongo que quienes nunca asistimos al Estadio más feo, inseguro, incómodo y sucio del país, estaremos encantados y agradecidos de que nuestros impuestos se utilicen en eso. Como Coahuila no tiene rezagos educativos, de seguridad ni de infraestructura… Por cierto, ¿cuánto va a costar el nuevo DVR y cuándo empezará realmente su construcción?

Así pues, mientras esperamos que nuestros premodernos gobernantes caigan en la cuenta de que están en el siglo XXI, podemos hacer algunas sugerencias de obras que, si bien no urgen, saldrían baratonas y podrían al menos levantarnos el ánimo y recordar hechos y hombres que en realidad merecen ser conocidos por las próximas generaciones de nativos de Torreón y sus visitantes. Y no, no estarían consagrados a prohombres cuyo máximo mérito consistió en matar a muchos mexicanos (que es la mayoría de las estatuas que afean este país).

Va pues mi reducida propuesta de una lista de monumentos que harían mucho por recordarnos quiénes somos y darle concreción material a eso que se da en llamar “el espíritu lagunero”:

1.- Monumento al pollo desconocido: Esta propuesta ya la había hecho antes y para lo que me ha pelado una comunidad que muestra tamaña ingratitud hacia su principal benefactor. Y es que, viendo las cosas objetivamente y tomando en cuenta la (ya) centenaria y proverbial incuria de las autoridades federales, estatales y municipales, la verdad es que esta ciudad fue hecha a punta de pollocoas. Díganme qué cosa torreonense digna de felice recordación no fue realizada gracias al sacrificio de innumerables aves (con la receta secreta de la salsa Estilo Casa Íñigo, tan misteriosa y rentable como la del Coronel Sanders), al hambre dominguera de los laguneros y a la inaudita capacidad norteña de encajarle talonario tras talonario a parientes, vecinos y compañeros de trabajo. Sin las pollocoas, Torreón sería un páramo inerte, un erial peor de chato y rabón. Loemos pues al pollo, que con su infausto y nunca suficientemente ponderado martirio ha permitido el surgimiento y prosperidad de esta urbe.

2.- Estatua a Cliserio Reyes: Esta es una historia real que le deberíamos contar a todo niño torreonense en cuanto tenga uso de razón o en caso de que nunca alcance esa gracia, cuando vaya a su primer partido del Santos. Por razones que no entiendo, la historia de Cliserio Reyes, que debería ser conocida en todo el mundo (o al menos en Occidente), es prácticamente ignota en su ciudad natal. Y la verdad, este personaje merece pasar al anecdotario universal, junto a Alfred Beach, Charles Fort y otros esforzados soñadores de lo imposible.

Cliserio Reyes era un muchacho humilde que tenía un sueño considerado inalcanzable para los de su edad y condición en los años cuarenta del siglo pasado: volar en avión. Cliserio se iba en las tardes al aeropuerto de Torreón a ver aterrizar y despegar las aeronaves, llenándose los ojos de visiones y sueños entre nubes. Hasta que un día no pudo resistir: salió corriendo hasta la pista, se encaramó a la cola de un aparato y de ahí no se soltó… ni siquiera cuando despegó el avión de pasajeros, con destino a la Ciudad de México. Cuando el piloto intentó maniobrar, encontró trabado el timón de cola. Ante tan peligrosa contingencia, regresó de inmediato al aeropuerto, dando un viraje que, de puro milagro, fue en la dirección correcta; de haberlo hecho p’al otro lado, Cliserio hubiera caído sin remedio. Cuando el avión aterrizó, cuál no sería su sorpresa al encontrar al muchacho casi congelado, pero bien prendido de la cola. La noticia tuvo repercusiones nacionales y conmovió a un filántropo de los que nunca faltan: una buena persona le pagó sus estudios de piloto a Cliserio, quien volaría el resto de su vida… ahora dentro de la cabina.

Si se fijan, toda la historia puede resumirse en las últimas palabras de Cliserio mientras corría hacia el avión: “¡Tiznen a su madre, yo vuelo!” ¿Encuentran una frase que encarne mejor el espíritu lagunero?

3.- Conjunto escultórico al chofer descuidado. Hace poco tuve que hacer de tripas corazón y darle su primera lección de conducción automotriz a mi hija Constanza, de dieciséis años. ¿Qué quieren? Es la ley de la vida. No que me haga muy feliz la perspectiva de que se convierta en una nueva conductora en nuestras calles (me acomido a considerarlas de todos, no como cierta gente…). Sobre todo teniendo en cuenta las historias de terror que me cuentan otros padres: “Es la tercera vez que choca mi hija… en el semestre”. “Creo que con lo de los deducibles ya le hubiera pagado un auto nuevo a esta $%#&%”. “Este inútil usa los espejos nada más para ver si la libra a los lados”. Además, tendrá que circular en una de las ciudades con peores conductores si no de México (lo que no puedo afirmar), sí del norte de la república, región que nos preciamos en considerar más moderna y civilizada. Sí, cómo no.

El caso es que lo cafres, descuidados o despistados que somos a bordo de vehículos automotores nos viene de herencia histórica. Ya sé que muchos de mis conciudadanos van a agarrar la anécdota como pretexto (¡No conoceré a mi gente!) y por tanto es un poco osado no sólo contarla, sino sugerir un recordatorio permanente del mismo. Pero creo que una historia no debe censurarse nunca, jamás. Especialmente cuando es tan jocosa como ésta.

Por desgracia no conozco pelos y señales, pero a Sonia Salum, cuando andaba metida en el rescate oral de nuestra historia matria, se la contaron un par de veces. Y es que resulta que por ahí de 1917 o 1918, se dio el primer choque entre dos automóviles en las calles de Torreón. Lo interesante es que el parque vehicular de la ciudad era de… dos automóviles. Sí, los únicos dos autos que batían nuestras (desde entonces) parchadas avenidas, tuvieron la desgracia o azar de darse en la torre uno contra el otro. Y ya sé que me van a acusar de misógino, pero creo recordar que uno de los conductores era en realidad conductora, ¡como tenía que ser!

Me dirán que la situación es tan absurda que resulta increíble. Pero no lo es tanto. No había preferencias en las avenidas (y para lo que les sigue importando a los descendientes de aquellos primeros automovilistas). No existía reglamento de tránsito. Si fueran los únicos en tener un vehículo novedoso, ¿no se darían vuelo?

Ahora bien, si me dicen que nadie le hace monumentos a un accidente, permítanme recordarles algo que creo ya les había contado en este espacio: a un lado del monumento a John Lennon que está en el Central Park de Nueva York, enfrentito del célebre Edificio Dakota (Central Park West y 72nd West), hay una placa conmemorando que en ese lugar, en 1899, ocurrió la primera muerte por atropellamiento automotriz en la Urbe de Hierro. El cual, creo, es un incidente mucho menos conmemorable que el que propongo como objeto de recuerdo.

Bueno, éstas son algunas propuestas. Tengo muchas otras, pero se me ha acabado el espacio. Se las debo para otra ocasión. Y ténganlas en cuenta, la próxima vez que demanden obras. Serían más divertidas y aleccionantes que otras ya existentes, abstractas y anónimas.

Consejo no pedido para que lo inmortalicen en bronce: Lea (y vea) “Gente en su sitio”, de Quino. No tiene gran cosa que ver con lo que nos ocupa, pero creo recordar un par de cartones sobre estatuas que estaban buenísimos. Provecho.

PD: ¡Ya mero llega la sorpresota! ¡Estén pendientes!

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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