Inolvidable la fotografía de la Señora Blair cuando a la mañana siguiente a la toma de posesión de su marido, greñuda y en negligé fue sorprendida por los fotógrafos que asechaban a la puerta de su casa. Y es que la vida no viene con manual de instrucciones y para las mujeres la vida pública es todavía una experiencia novedosa.
Algo así como ser arrojada sin ropa a una jaula de leones. Como estar constantemente en el ojo del huracán. Con su desmesurado protagonismo, la señora Marta se expuso a la burla y la humillación de los medios que exhibieron con lente de aumento su ignorancia, su arribismo y su cursilería.
Ni los constantes periodicazos o los librazos con que la golpearon -algunos verdaderos libelos, pero otros objetivos e inteligentes como “Veinte preguntas ciudadanas a la mitad más visible de la pareja presidencial” (Sara Sefchovich Editorial Océano) consiguieron silenciarla; y cuando al finalizar el sexenio la dejamos hablando sola, un exacerbado protagonismo la llevó a continuar su inane discurso donde quiera que le ofrezcan un micrófono.
Dentro del marco de mujeres que pasan repentinamente a ser públicas por puro reflejo de los hombres con quienes están emparejadas, las hemos tenido folklóricas como la compañera María Esther, feroces como La Tigresa, glotonas e insaciables como Doña Carmen y hasta ficheras como Sasha.
Mucho más cautelosas y prudentes son aquellas que llegan a la vida pública por el derecho que les da la formación y un largo camino de trabajo; como es el caso de Doña Amalia García o de Beatriz Paredes y desde luego de Margarita Zavala quien es abogada, cuenta con una maestría en el mismo ramo y se ha desempeñado como diputada a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y como diputada federal plurinominal a la LIX Legislatura, curul que abandonó para acompañar y apoyar en su campaña y ahora en la Presidencia a Felipe Calderón, con quien está casada desde hace catorce años.
De larga trayectoria en la militancia política, Margarita no ha demostrado hasta ahora ningún interés por ser la bonita de la fiesta y según hemos podido ver, los trapos y la apariencia (como a alemana Ángela Merkel o a la chilena Bachelet) no la desvelan. Profundamente comprometida con su labor de madre y esposa de nuestro presidente, ha mantenido sin embargo un bajísimo perfil.
Es evidente que el protagonismo no es lo suyo. Pero la vida pública, especialmente para las mujeres tiene un alto costo y a pesar de su actitud prudente y contenida, Margarita ha empezado a pagarlo. Una revista que tuvo sus momentos de gloria, pero que en los últimos tiempos se ha convertido en un vertedero de bilis y frustración política, acusa a la señora Zavala de haber difundido “convenientemente” el hecho de que pagó de su bolsa los boletos para viajar -sin el boato al que nos tenían acostumbrados las familias presidenciales- con sus hijos en una línea comercial al Vaticano.
Imagino que si toda la familia hubiera viajado en el avión presidencial, no habría nada que objetar; pero la verdad es que con esos alardes de prudencia, Margarita nos rompe todos los esquemas e impone un insoportable modelo de austeridad y decencia muy difícil de sostener.
La licenciada Zavala tiene un estilo que no caza con nuestras costumbres. La misma revista la acusa también de que uno de los primeros pagos que se hizo con recursos públicos destinados a la transición, fue de 880 mil pesos para que una empresa especializada, recomendara a la Señora Zavala cómo vestirse, de qué manera debe comportarse y la imagen que debe proyectar.
Ustedes perdonen, pero estoy pensando –bueno, es un decir- en lo barato que nos hubiera salido pagar incluso el doble para que alguien asesorara a algunas de nuestras ex primeras damas.
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