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Nada los puede vencer/Addenda

Germán Froto y Madariaga

No quiero entrar en detalles, pero la angustia y la desesperación me acompañan al momento de escribir estas líneas.

Quizá hubiera sido preferible no escribir hoy. Pero esos mismos sentimientos me llevan a buscar una válvula de escape.

La fe y la esperanza, son los antídotos contra esos otros sentimientos que nos aprisionan el alma y afecta el espíritu.

Nos pasamos parte de nuestra vida preocupados por cosas que no son importantes. Somos hombres proclives al tener y por lo común, nos olvidamos del ser.

Lo que poseemos, poco o mucho, se puede desvanecer en cualquier momento. Pero el ser, la esencia de lo espiritual, nos acompaña siempre, si hemos sabido cultivarlo bien.

Tengo para mí, como grandes tesoros: El amor de una mujer, mis amigos y la familia.

En realidad nada más me hace falta. Por eso, cuando uno de ellos sufre, mi alma atribulada no sabe qué hacer.

Pero al final de cuentas siempre caigo en lo fundamental: La esperanza y la fe. La esperanza en que, a pesar de los nubarrones, por sobre ellos, más allá de mi vista, brilla el sol que tarde o temprano se abrirá, majestuoso, camino entre las tinieblas.

La fe, de que todo en nuestras vidas, está en manos de Dios y ÉL no puede querer nada malo para nosotros.

He vivido momentos de angustia con algunos amigos, por problemas de muy diverso tipo y al final de cuentas, todos acabamos sentados, juntos, en una misma mesa y disfrutando de una suculenta comida y un buen vaso de vino.

No hay mejor escenario para disfrutar de un momento de alegría que una mesa de paz bien abastada y un vaso de generoso vino, que nos alegra el espíritu.

No debemos dejarnos abatir por la desesperanza ni perder la fe. Dios nos manda pruebas y señales a las que debemos atender para disfrutar buenamente el paso por esta vida. Aprendamos a descifrar esas señales y a seguir los dictados del corazón.

Ni la esperanza ni la fe son sentimientos que podamos apreciar con los sentidos. Nace en nuestro interior y debemos atenderles si no queremos sucumbir ante los otros.

Tengo para mí, que la esperanza es aún más importante que el alimento material. Sin esperanza estamos perdidos, sea como personas o sea como sociedad.

La fe, nos lleva a seguir adelante, porque debemos estar conscientes de que siempre hay un mañana mejor.

Hay una sentencia árabe que me gusta repetir en momentos como éstos: “Esto también pasará”.

Nada es para siempre, ni siquiera el mejor de los sentimientos, como es el amor, puede asegurarse que será para toda la vida.

Lo bueno y lo malo pasan de largo en algún momento. No pueden permanecer siempre con nosotros.

Por eso tenemos que aprender a vivir de manera tal que cada momento, lo disfrutemos tanto como si fuera el último de nuestras vidas.

Aún lo inevitable, como la muerte, es salvación. Es remedio que nos permite abandonar este mundo y este cuerpo, para trascender a niveles mejores de bienestar.

Somos lo que somos. Ni mejores ni peores que otros. Pero sí podemos aprender a ser como el junco del río, que se dobla ante el vendaval, pero no se quiebra, pues está hecho de un material flexible que, en cuanto pasa el temporal, recobra su figura y prestancia.

Hay personas que son como la llamarada, de la que hablaba Neruda, al describir a Siqueiros, el coronelazo. Son personas a las que no se les puede aprisionar.

Son almas libres, fuertes, a las que sólo la voluntad de Dios puede vencer. Pero, en su momento, cuando ÉL lo decida. Ni antes ni después.

Así son mis amigos. Y por eso, hoy y siempre, serán un ejemplo de vida para mí.

Pero además, estoy seguro que, “hasta que nos volvamos a encontrar Dios los guardará en la palma de su mano”.

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