Los textos delirantes del sudcoreano Cho Seung Hui podrían convertirse en profecías fatales: “muero como Jesucristo, para inspirar a generaciones de débiles e indefensos”, afirma el verdugo de la Universidad de Virginia, en un texto difundido por la NBC. Y en efecto, todo indica que legiones de débiles mentales e indefensos emocionales podrían hacer de este sicópata un personaje de culto y peor aún, un motivo de imitación. En los últimos días varias universidades norteamericanas han tenido que cancelar actividades por la oleada de amenazas que emuladores del sudcoreano han lanzado, prometiendo de matanzas de igual o mayor magnitud.
La tragedia del Tecnológico de Virginia revela de manera brutal la descomposición de valores y la entronización de la violencia en la cultura moderna. Las razones son muchas y demasiado complejas para ser abordadas dentro de los límites de un artículo. Pero hay un debate urgente y puntual que deja esta tragedia: ¿Deben los medios de comunicación abstenerse de difundir videos y materiales proporcionados por los agresores y victimarios?
No es un tema sencillo. Las redacciones de los periódicos y noticieros de televisión en México están divididos por esta pregunta. ¿Qué deberíamos hacer con el próximo video que los narcos difundan sobre alguna ejecución? ¿Publicamos la foto de una cabeza degollada? ¿Damos a conocer la nota intimidatoria que dejan clavada en el cuerpo de su víctima? Las razones que tienen los narcos para enviar tales mensajes son obvios: marcar territorio, intimidar al enemigo, aterrorizar a la opinión pública para que nada se les resista, someter a los cuerpos policiacos, apagar el ánimo de los funcionarios que les combaten, etcétera. Es un hecho es que estas bandas criminales desean que se difundan sus mensajes y los medios de comunicación lo estamos haciendo. El sentido común indicaría que no es correcto hacer aquello que le interesa y conviene al crimen organizado.
Sin embargo, tampoco es sencillo para los medios de comunicación erradicar estos temas. Si bien es cierto que los noticieros de televisión se han convertido en un inventario de nota roja, no es tan fácil dejar de hacerlo. Entre otras cosas, porque es gravísimo lo que está pasando. Los periodistas haríamos un flaco favor a la comunidad si nos pusiéramos hablar de otras cosas, mientras el crimen organizado toma el control de Monterrey, el narcomenudeo se enseñorea de nuestros barrios y escuelas y los tribunales y cuerpos policiacos terminan por ser quebrados totalmente por los cárteles.
Y justamente eso es lo que está sucediendo. En este momento se está librando una verdadera guerra en nuestras calles y en nuestras sierras. Una guerra que estamos perdiendo. Pero aún menos oportunidades tendremos de ganarla si ofrecemos sucedáneos a la opinión pública y construimos una operación “avestruz” distorsionada, pero tranquilizante.
Una de las razones por las que hemos llegado hasta aquí es la parálisis que caracterizó al Gobierno de Vicente Fox en materia de combate al narcotráfico. Mientras la pareja presidencial vivía en el mundo rosa de Foxilandia, los cárteles de la droga hicieron del país un territorio de consumo. Ello requirió el despliegue de un verdadero ejército de operadores, cuyo tamaño haría palidecer las ventas en pirámide y multilínea. De la exclusiva presencia en rutas de tráfico y producción, los narcotraficantes pasaron a controlar redes de venta y protección policiaca en muchos barrios de todas y cada una de las ciudades de la geografía nacional, desde Tapachula hasta Tijuana. Mientras los narcos establecían la infraestructura, reclutaban células locales y contrataban redes de protección en cada lugar, Martha y Vicente jugaban a Los Pinos. Un autismo en el cual todos somos cómplices.
No es del todo claro que una estrategia basada en operativos militares sea la mejor manera de combatir al narcotráfico (no es el tema de este artículo). Lo que sí está claro es que el Estado mexicano no podrá ganar esta guerra sin una intervención decisiva de parte de la sociedad en su conjunto. Y eso requiere de una opinión pública informada y participante, que sepa de la gravedad de la situación y las incidencias de esta lucha. Justamente esa es la responsabilidad de los medios de comunicación.
Desde luego que podría matizarse la violencia de algunos mensajes. Particularmente aquellos que son contraproducentes. En este momento la cadena NBC es objeto de una severa crítica en la sociedad norteamericana, por haber transmitido las imágenes y los audio proporcionados por Cho Seung en los que éste se presenta como un violento redentor de los oprimidos. Ciertamente la opinión pública tenía derecho de saber los detalles sobre la identidad del responsable de esta masacre. Pero resulta evidente que sus mensajes de odio, su atuendo bélico y su “inmolación” hacen una mera cuestión de tiempo la aparición de un imitador y su respectiva matanza.
Los periodistas no podemos dejar de informar las malas noticias. Ocultarlas o minimizarlas sólo provocarán que al paso del tiempo se conviertan en noticias peores. Pero esto no quiere decir que debamos transmitirlas indiscriminadamente. La exhibición reiterada de escenas brutales tiene efectos terribles en la sociedad. El umbral de tolerancia hacia la violencia se va recorriendo y la capacidad de conmoción y asombro disminuye en la misma proporción. De allí que el siguiente video o mensaje del narco deba ser más atroz que el anterior. Al final los medios de comunicación corremos el riesgo de lograr justamente lo contrario a una opinión pública informada y participante. Frente al asco y el temor que inspiran esas escenas, la sociedad podría derivar en actitudes pasivas, dictadas por la insensibilidad y el bloqueo. A fuerza de “cotidianizar” la violencia extrema podríamos terminar por normalizarla y asumirla como un hecho inevitable. La resignación es el paso natural a la derrota definitiva.
Los periodistas tienen una tarea delicada y difícil que cumplir. La discusión de la mejor manera de lograrlo apenas comienza. Urge hacerlo antes de que llegue el video con la siguiente matanza.
(www.jorgezepeda.net)