Vamos de mal en peor, decía mi abuela Lola ante cualquier absurdo social, público o familiar que acaeciera en la antigua Villa de Patos. Lo mismo repito al ver cómo los caprichos y las ambiciones de mayor poder y más dinero para los partidos políticos, senadores y diputados federales tratan de imponerse al sentido común, al ejercicio de una verdadera democracia y a la institucionalidad electoral.
Es posible que a la hora en que mis pocos, pero fieles lectores pongan sus ojos en estas líneas el Congreso de la Unión mantenga “congeladas” la reforma electoral y la reforma fiscal, instrumentos jurídicos que se han ponderado indispensables a la buena marcha de la democracia y la economía del país: estas iniciativas permanecen secuestradas por los partidos políticos PAN, PRI y PRD en ese “quid pro quo” entre los poderes Legislativo y Ejecutivo de la Unión.
“Quid pro quo” no es otra cosa que un vulgar “toma y daca” planteado por los legisladores de la izquierda, apoyados por los del centro, léase PRI. El objetivo de ambas organizaciones políticas es ganar poder y recursos económicos mediante la reforma electoral, mientras que, a cambio, el Gobierno y su partido, el PAN obtendría la aprobación de una precaria reforma fiscal con la famoso CETU, el alza de la gasolina y algunas otras disposiciones ocultas en la tradicional miscelánea que suelen aprobar nuestros ínclitos diputados a la hora en que boquea diciembre.
Los coordinadores de las bancadas priistas del Senado y de la Cámara Baja mantienen sus bocas hechas agua en este aparente conflicto; Manlio Fabio Beltrones, líder de la Cámara Alta, desea reencarnar en la inmortalidad mediante la aprobación de una rabona reforma de Estado que modestamente bautizó con su nombre. Menos obvio Emilio Gamboa Patrón, pastor de los legisladores priistas, desea conseguir el potencial manejo a trasmano del Instituto Federal Electoral y su jugoso presupuesto de gastos. A ninguno de ellos les importa colocar en riesgo la democracia política que creímos haber instaurado por los siglos de los siglos en nuestro país.
El día 3 de este mes los coordinadores políticos de los partidos representados en el Congreso de la Unión develaron sus verdaderos propósitos: “Si no discutimos lo electoral, olvídense de lo fiscal”, diría Javier González Garza líder del grupo parlamentario del Partido de la Revolución Democrática. Como lo acostumbra, Beltrones ofreció una solución neutra ante el grito de protesta de los intelectuales por lo que toca al IFE: “El PRI estaría dispuesto a discutir que ‛ algunos’ de los actuales consejeros del IFE sean reelectos o redesignados”. Pero eso sí: Beltrones exige un incremento en el presupuesto senatorial de por lo menos un diez por ciento. El Partido Acción Nacional se empecina en una reforma recaudatoria que facilite una mayor movilidad de recursos a su Gobierno para afianzarse en el poder Ejecutivo de la República, así sea por la vía del IVA, del aumento a la gasolina o de la mentada CETU. Obligados espectadores, los partidos miniatura esperan el maná de las migajas presupuestales.
¿Qué nos queda a los ciudadanos? ¿Esperar, como siempre, el hachazo terrible del Estado? ¿Que se haga en nosotros el voluntarioso capricho de los ‘pejeadictos’? ¿Aceptaremos arriesgar nuestro endeble sistema electoral democrático en aras de una componenda legislativa que beneficie a los partidos políticos, pero no al pueblo de México?...
Y en lo que atañe a la reforma fiscal ¿podremos soportar los incrementos que se anuncian para la gasolina, el adicional del Impuesto Sobre la Renta que significa la renombrada CETU o lo que ahora es solamente una proposición: retomar —truene, llueva o relampaguee—una alza en el IVA o su generalización total?...
No lo creemos, si es que el Gobierno desea mantener el nivel inflacionario dado hasta la fecha. Los solos anuncios del alza impositiva han provocado incrementos: en los precios de la leche, en algunas verduras, en la carne, en el transporte público de personas y de cosas y en los arrendamientos de inmuebles. Como siempre, el verdadero costo de la vida se disimula por razones de Estado, pero palpita en nuestro bolsillo, omnipresente y ominoso.
De ahora y en adelante todo dependerá en México de la suegra nacional; madre política para bien o para mal de todos los mexicanos.