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Niños y vida

Javier Fuentes de la Peña

Nkosi aparentaba ser un niño como todos los del humilde barrio de Sudáfrica donde vivía. Era muy pequeño y le encantaba jugar a los policías y ladrones, especialmente cuando a él le tocaba ser el jefe de los policías. Sin embargo, había algo que hacía que Nkosi fuera diferente a sus compañeros de juego. Él tenía Sida y los otros niños una vida por delante.

Nkosi tenía apenas 11 años cuando se encontraba en agonía. Por desgracia, su nombre fue agregado ya a la lista fatal de las víctimas del Sida. Nkosi nació en un barrio pobre de Johannesburgo y fue su madre quien le transmitió el virus antes de que naciera. Fue así como se convirtió en uno de los 70 mil niños nacidos seropositivos cada año en Sudáfrica.

Pero muy pronto Nkosi demostró ser un niño distinto a los que, como él, habían nacido ya con el virus en sus cuerpos, pues su amor a la vida lo llevó a convertirse en uno de los pocos infectados en sobrevivir a su segundo cumpleaños. Llegó el día en que su madre murió y Nkosi fue adoptado por una voluntaria que estaba especialmente encariñada con él. Nkosi fue creciendo y los sufrimientos también. Cuando su madre adoptiva intentó inscribirlo en un colegio, algunos padres de familia se opusieron terminantemente porque era seropositivo.

Después de una batalla emprendida por el pequeño Nkosi y por su madre, el niño por fin fue a la escuela. Esta pelea convirtió a Nkosi en un personaje de relevancia nacional en la lucha contra la estigmatización causada por el Sida, y él, consciente de su oportunidad de cambiar el mundo, vivió sus últimos años de vida motivado por el deseo de viajar a distintas latitudes para llevar su mensaje y lograr que todos nos preocupáramos más por los niños con Sida.

Al cumplir diez años Nkosi Johnson dirigió un mensaje en la Conferencia Internacional sobre el Sida. Con su figura frágil y vestido con un traje oscuro y con tenis, habló ante más de diez mil delegados de todo el planeta, quienes escucharon en silencio y algunos con lágrimas en sus ojos, las palabras del pequeño.

?Por favor ayuden a los enfermos de Sida?, dijo, ?apóyenlos, ámenlos, cuídenlos. Es triste ver a tanta gente enferma. Ojalá todo el mundo pudiera estar sano?. Antes de morir estuvo también en la Conferencia sobre el Sida de Atlanta, en donde volvió a hacer que las lágrimas abundaran entre la audiencia. Después de esta conferencia en Estados Unidos, Nkosi regresó a su país natal y cayó enfermo. Los médicos le diagnosticaron un fallo cerebral, sufrió varios ataques y, finalmente, falleció.

Ahora ese niño que se divertía como un loco cuando jugaba a los policías y ladrones, ya no está en este mundo, pero su ejemplo y obra siguen vigentes.

Distintos asilos existen que llevan su nombre y que atienden a aquellos niños que, como él, nacieron con los días contados. Por la ejemplar lucha por la vida que mantuvo Nkosi durante su breve existencia, es seguro que su nombre, que en zulú significa ?Señor? o ?Rey de Reyes?, pervivirá.

Mucho tenemos que aprender de Nkosi. Su vida fue un ejemplo de valentía, de fortaleza y de una lucha constante. ¿Cuántos adultos no podemos presumir de estas mismas cualidades? Nkosi fue una víctima del virus del Sida, pero también de la irresponsabilidad de sus padres quienes heredaron este terrible mal al pequeño. No permitamos que más niños sigan sufriendo por culpa de los adultos, pues de lo contrario, seguiremos conociendo casos de maltrato a los menores, de desnutrición infantil, de niños de la calle, de bebés enfermos de Sida, y, en pocas palabras, del sufrimiento de los seres humanos más indefensos y maravillosos.

Por desgracia Nkosi ya no vive, pero su ejemplo debe servirnos para recordar lo valiosa que es la vida y, sobre todo, el deber que tenemos de velar en todo momento por la niñez, pues en ello consiste el futuro de nuestro país.

javier_fuentes@hotmail.com

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