La primera vez que visité España lo hice como mochilero, con un presupuesto diario menor a 15 dólares, que milagrosamente me alcanzó para comer, visitar museos, comprar recuerdos y tomar una copa.
En ese viaje me enamoré de Barcelona, de la presencia de Gaudí, de Cataluña, de su comida, de sus playas y de la hospitalidad de su gente. Algunos años más tarde mi pasión por España se reforzó tras haber estudiado la preparatoria en el Liceo Cervantes, en Roma. Esta institución, de enseñanza básica y media superior, recibía apoyo del Gobierno español para impulsar el estudio de la lengua y de la cultura española en países donde no se hablara el castellano.
A ese Liceo acudían los hijos de diplomáticos de todo el mundo, pero especialmente de América Latina, debido a que a principios de los años noventa los alumnos latinoamericanos que acudiesen en alguna institución de enseñanza media italiana tendrían que recursar el año escolar al momento de regresar a sus países de origen porque no existía un convenio de reconocimiento de estudios. Ése era el caso de México en esa época.
En el Liceo Cervantes tuve a excelentes profesores que me despertaron la obsesión por la lectura. Carmen, mi profesora de literatura, me introdujo al mundo literario español del periodo entreguerras. García Lorca, Alberti y los demás autores de la llamada generación del 27 siguen siendo hoy de mis favoritos. De esa experiencia recuerdo el notable interés por los estudiantes latinoamericanos por parte de la planta docente española. En ese Liceo, al igual que mis compañeros latinoamericanos, me sentía mucho más que bienvenido, me sentía en casa.
Años más tarde, el triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero sobre Aznar, en las elecciones de 2004, demostró la fortaleza de un pueblo que no se dejó intimidar por la política del miedo, como sí lo han hecho los estadounidenses desde 2001. Zapatero llegó a la Presidencia española con una agenda progresista, que incluía una reforma migratoria para legalizar a más de un millón de inmigrantes en España; reconocer los derechos de las parejas del mismo sexo con la adopción del matrimonio; dignificar a las personas transgénero con el reconocimiento oficial de su nueva identidad; impulsar desde la política exterior una Alianza entre Occidente con el mundo árabe y musulmán para combatir el terrorismo internacional y reanudar el proceso de paz con ETA, entre otros.
Desde el pasado 11 de mayo visitar España ya no será lo mismo. Los nuevos requisitos para ingresar a suelo español como turista latinoamericano son prácticamente un rechazo al turismo mochilero de miles de personas que cada año visitan España de esa forma.
De acuerdo con cifras del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio español, casi un millón y medio de latinoamericanos viajó a España como turista en 2006. De esa cifra habría que desglosar cuántos jóvenes y no tan jóvenes, lo hicieron con un presupuesto menor a los 75 dólares por día que, de ahora en adelante, cualquier turista no europeo tendrá que comprobar para que se le permita el ingreso a España.
Peor aún, si se tiene un conocido español que te ofrece vacacionar en su casa, de ahora en adelante el turista tendrá que pedirle a su amigo en España que escriba una carta, la lleve a la Policía española por un sello, te la mande por correo, para incluirla junto a tu pasaporte, cuentas bancarias y boleto aéreo redondo.
¡En la Madre Patria! España se suma a la lista de países, que como EU, imponen restricciones severas a la entrada del turismo. Los millones de mochileros que visitan España cada año tendrán que pensársela dos veces antes de decidir si visitan la tierra de Goya y aún más luego de ver que las aerolíneas de bajo costo españolas pueden convertirse en una odiosa experiencia.
Desde el 2001 sabemos que no hay marcha en Nueva York, pero desde ahora tampoco hay marcha en Madrid, ni aunque lo jure Zapatero…
Académico ITAM y UIA
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