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Norte y Sur / CINE Y LITERATURA

Salvador Barros

El cielo como un problema policial.

?¡Extraño!?, dice el detective. Y alude a los rastros, pistas y fragmentos de una totalidad extraviada. Por eso, para el autor de esta nota, algunas novelas y películas policiales tienen una dimensión metafísica.

Hemos señalado el carácter doble que adquiere en nuestro idioma el término ?extraño?. ?¡Extraño!?, dice el detective. Y no hace más que develar para sí su propia cualidad de extraño. Al aparecer la huella, el investigador se sorprende no sólo de la aparición de lo extraño sino de que, de consuno, extraña esa totalidad que ahora regresa y de la cual le es dado tan sólo un breve segmento.

Conceptos como ?la verdadera vida está ausente. No estamos en el mundo?, de Rimbaud, puede ser un emblema drástico de lo que intentamos decir. Esta actitud de no estar en este mundo confiere de inmediato la figuración de un extrañamiento. El anhelo y nostalgia del mundo completo del cual somos un fragmento caído en este bajo, caótico e incompleto cosmos sublunar. De allí las configuraciones de la simbólica vegetal-animal con sus grillos, sapos y hasta toros que miran anhelantes a la luna y le cantan en la noche su extrañeza de habitar este mundo bajo y caído del que esperan poder fugar y regresar al completo mundo celeste. Ese ?estar en la luna? emblematizado por la figura de Pierrot. Las diversas flores y las mareas en su relación polar con el sol y con la luna. Toda la simbólica de lo natural-biológico tiende a manifestar este anhelo.

Pero en este mundo siempre algo aparece como fragmento de una totalidad que se ha perdido, que se intenta disfrazar y hasta hacer desaparecer. De allí el mensaje en clave. La colilla de cigarrillo. Las pisadas que ahora como huellas informan el pasillo y la arena que lleva al mar.

En un relato de Ross MacDonald (?La Costumbre Siniestra?), Lew Archer se enfrenta con su propia historia en un fragmento en latín escrito por una mujer poco antes de morir, que lo lleva a recordar la formación católica de su madre. Y la suya, claro. ?Junto al sillón alguien había escrito en el polvo tres palabras con letra cursiva: Ora pro nobis. El significado de la frase vino a mí a lo largo de veinte años o más. Ora pro nobis. Ruega por nosotros. Ahora y en la hora de nuestra muerte...?.

El párrafo es ejemplar del ?estilo de las ideas? sobre el cual ensayamos: la puesta en escena del sendero que lleva al doble sentido de lo extraño. La cantidad de palabras: tres. El extrañar una cantidad de tiempo no del todo segura: ?veinte años o más?. El reflejo que tiene en lo particular del detective el resto de la oración y en los tres puntos suspensivos que se abren hacia el infinito del amén faltante.

Veamos cómo sigue el relato: ?Durante un minuto me sentí un fantasma incorpóreo. La mujer muerta y las palabra vivas eran más reales que yo. El mundo real era una casa con el techo cayéndose, tan delgado ya que podía verse la luz del sol a través?.

Al final alguien dará otro significado al título del relato: ?La costumbre siniestra -dijo- de hacer preguntas, como la llama Cocteau. A usted le dio fuerte, Archer?.

Esa ?costumbre siniestra? es el residuo bajo el cual podría ponerse no sólo la tarea detectivesca sino toda investigación de una totalidad ausente, perdida, oculta o desfigurada, en la cual el investigador se tropieza -y se extraña por ello- con algún fragmento de esa totalidad a la que -claro está- comienza súbitamente a extrañar.

Se extraña esa mitad de la que hemos sido separados y a la cual anhelamos fundirnos nuevamente en esférica totalidad. MacDonald tomó el apellido de su investigador de la segunda mitad societaria del par compuesto por Spade & Archer en El Halcón Maltés, de Dashiell Hammett. Archer allí es asesinado y su socio deberá hacerse cargo de la totalidad del trabajo.

La cualidad de extraño puede aparecer también en su doble sentido cuando la investigación es emprendida por quienes no estaban directamente relacionados con tal tarea de pesquisa.

El film El Hombre Equivocado (The Wrong Man), de Alfred Hitchcock destaca también en cuanto a su relación con la doble cualidad de lo extraño. Narra las peripecias de un músico llamado Balestrero, quien es confundido con un asaltante. Todo, su apariencia física, su modo de vestir, lo lleva a ser tomado por el verdadero criminal. Su caligrafía no sólo resulta igual a la del ladrón, sino que comete un mismo error gramatical. Muy extraño.

Balestrero debe demostrar que en la fecha de uno de los asaltos estaba en un lugar alejado. Junto con su esposa visita una hostería donde han pasado unos días de vacaciones. De poder demostrar su presencia allí y ser reconocido siquiera por otro de los huéspedes podrá probar su inocencia.

Marido y mujer deben rastrear las huellas y sedimentos que han dejado en ellos tres extraños durante las vacaciones pasadas allí. Recuerdan las cejas espesas de uno, el peluquín de otro y el aire de boxeador del tercero. Con esos datos rastrean personas que los han conocido y lugares por donde han transitado. Parecen haberse evaporado. Sólo existen ahora en el recuerdo de ambos, necesitados de su presencia ?real?. En este periplo Hitchcock acentúa el tono melancólico y otoñal de la fotografía en blanco y negro de su film, donde una atmósfera saturniana parece envolverlo todo. Donde el remate y meta de tal periplo atiene a la muerte de dos de esas presencias fantasmales que se han diluido en un pasado irrecuperable. Con el agravante de que las ?presencias? extrañas que habitan ahora ese departamento -por cierto el número tres- en el que vivió la primera de esas sombras ya desvanecidas, es una de esas parejas de niñas que el autor prodiga pesadillescamente a lo largo de su obra. Ambas, tras responder con sonrisas nerviosas a las preguntas de los Balestrero, como atendiendo a una siniestra broma privada, se entregan de inmediato a sonoras risas, más obscenas aun por reflejarse en la muerte que han anunciado de aquel ente diluido en el pasado, cuanto refractado en la angustia presente de la pareja que lo necesita para demostrar que han estado ?allí? en ese allí temporal. Ya que el ?allí? espacial Hitchcock lo ha representado en la secuencia anterior mostrando el lugar de recreo desierto y arrumbado ahora bajo su propia ineficacia invernal. De ese choque entre una representación espacial y material del lugar con la dilución de la temporalidad correspondiente que es irrecuperable y objeto de burla para quien no la ha compartido, tenemos el resultado de ese nuevo ?descenso a los infiernos?, el que llevará poco después a la propia señora Balestrero a la locura: una de las formas de volverse una extraña.

Tenemos: el pasado como huella y como dato en la conciencia del presente que los busca, refractado en la plasticidad irrisoria de lo infantil y, por cierto, de lo futuro. ?El descensus ad inferos? de la pareja protagonista hacia un pasado muerto pero que se continúa como dato en ese presente. Se suma que acuden a una cita imposible donde son burlados doblemente por ese futuro indefinido, móvil y risueño, que se mofa de la muerte de un extraño y a quienes ellos dos extrañan.

Puede extenderse esta interpretación al plano teológico-metafísico. Es evidente que esta preocupación hitchoquiana por la temporalidad propia, particular e indeclinable, es un mero reflejo del representar teológico. No es en cuanto a propiedad subjetiva que ese regreso al pasado es escrutado por Hitchcock, sino en cuanto a su significación metafísica: al dilucidar la permanencia en ellos de aquellos datos extraños, los Balestrero intentan que la ?información? parcial que poseen en exclusiva particularidad se transmute en totalidad. Así como sabemos que la información contenida en el propio código genético cumple a la perfección y hasta mejora la definición aristotélica del alma, en cuanto que ésta es la información de la materia.

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