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Nueces de 2006

Jesús silva-herzog márquez

Escribe Chesterton en su ensayo sobre la locura: ?La explicación que da el loco de cualquier cosa siempre es completa y a menudo satisfactoria en un sentido puramente racional. O, por hablar más rigurosamente, la explicación del loco, si no concluyente, al menos es irrebatible; esto puede observarse sobre todo en los dos o tres tipos de locura más habituales. Si alguien dice (por ejemplo) que los demás conspiran contra él, sólo se le puede responder diciéndole que los demás lo niegan, que es exactamente lo que harían si estuvieran conspirando contra él. Su explicación justifica los hechos tanto como la tuya. O, si uno dice ser el legítimo rey de Inglaterra, no basta con responderle que las autoridades existentes lo consideran loco, pues, si fuese el legítimo rey de Inglaterra, eso sería lo más inteligente que podrían hacer las autoridades existentes. De nada sirve decirle a uno que asegura ser Jesucristo que el mundo niega su divinidad, pues el mundo entero negó la de Cristo?.

No es frecuente que un ensayo filosófico se convierta en un bestseller, pero ayuda si el libro es breve y tiene como título palabra altisonante. Harry Frankfurt, profesor de la Universidad de Princeton publicó hace un par de años un librito de título intraducible: On Bullshit. El libro fue un éxito extraordinario de ventas. Una elegante meditación sobre el maltrato de las palabras, sobre la falta de compromiso con la realidad que ni siquiera constituye la osadía de la mentira: palabras basura. En 2006 el filósofo publicó una secuela dedicándose ahora a examinar el reverso de la farsa verbal: la verdad, ese trasnochado ideal según los posmodernos.

La tesis central del libro es que ninguna sociedad puede sobrevivir si se impone el desprecio a la verdad. Ésa es una de las conclusiones del reporte Baker-Hamilton que evalúa la política norteamericana en Irak. No puede construirse una política razonable cuando la información empleada excluye todo dato que discrepa de los objetivos trazados. Ésa ha sido la estrategia del Gobierno norteamericano: actuar como si la verdad fuera un artículo que puede ser sacrificado en nombre de una causa. Las consecuencias están a la vista.

2006, el año del encono, podría ser un año generoso en enseñanzas para quien quiera escucharlas. Sospecho que la única manera de reordenar saludablemente la vida pública pasa por el examen autocrítico de lo que 2006 exhibió.

Los priistas tendrán mucho que analizar de los meses recientes: empezaron el año con la mejor plataforma para recuperar el poder. Estructura, éxitos electorales recientes y presencia nacional. Tenían mucho para ganar y terminaron en el tercer lugar. Las lecciones parecen bastante evidentes. Un partido que es incapaz de definirse, una fuerza nacional que flota en la ambigüedad difícilmente podrá atraer nuevos votantes. Y, sobre todo, ningún partido puede lanzarse a la competencia cuando permite que lo represente la imagen misma del desprestigio.

La autocrítica es un acto de traición, han advertido recientemente los voceros del PRD. Quien se atreva a ubicar en el campo propio razones de la derrota es cómplice de nuestros enemigos. Analizar públicamente lo sucedido, saliendo del lugar común del fraude es dar municiones a los adversarios. Pienso exactamente lo contrario: seguir en el escapismo de la víctima, impide a ese partido reconciliarse con la opinión pública que, al parecer, lo ha abandonado tras la pataleta. El partido de la izquierda mexicana tiene que empezar un largo y profundo proceso de autoexamen. No hay forma de eludir ese deber. El perredismo tendrá que examinar los abundantes y constantes errores de una campaña marcada por la soberbia y la seguridad de que la victoria estaba en la bolsa. Tendrá que analizar también el apoyo ciego a un caudillo que en un momento fue el gran atractivo electoral y que ahora se ha vuelto el lastre más pesado. Nadie lo confrontó a tiempo; ahora todos pagan sus excesos.

El bando triunfador también tiene que ejercer la autocrítica. La inquina sembrada desde el poder inhabilitó a la Presidencia para actuar eficazmente en el último tramo de su mandato. Cuando el presidente se comporta como pendenciero pierde ese basamento de autoridad que es indispensable para el cumplimiento de las responsabilidades más delicadas. No hablo de ilegalidades, hablo de una impertinencia monumental.

También los medios y los opinadores tendrán (tendremos) que asumir ese deber. Desde muy temprano se difundieron encuestas absurdas sobre competencias inexistentes. Cuando todavía no se asomaba la temporada electoral, la prensa se entregaba a una especulación alimentada de encuestas de aire. Así se fue construyendo en el país la imagen de una victoria inevitable del candidato de la izquierda. El personaje que en todos los registros aparecía como puntero empezó a formar una imagen de imbatible. Muchos nos tragamos ese cuento. Lo que pasó después se debe, en alguna medida, al entumecimiento del juicio que provocó la reiteración. De ahí nuestra incapacidad para anticipar lo probable o más bien, para ver lo que se anunciaba con bastante claridad. Tenía mucha razón George Orwell cuando dijo que ver lo que uno tiene frente a la nariz suele representar un enorme esfuerzo. Para aceptar lo que existe hay que emprender una dura batalla.

Truman Capote anotó en algún cuaderno que lo único que podía destruir a un escritor verdaderamente sólido y talentoso era él mismo. Idénticas palabras podrían usarse para entender la destrucción de un político fuerte y talentoso. Sólo de él puede surgir su destrucción.

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