ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC).
CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(TRIGÉSIMA SEXTA PARTE)
Así pues, la historia de nuestra existencia a lo largo del ciclo vital está fincada en una gran variedad de encuentros y desencuentros de todo tipo y de diversos estilos, en relaciones que iniciamos y desarrollamos a lo largo del tiempo, desde el momento en que nacemos y conocemos a nuestros progenitores y al resto de la familia como relaciones iniciales, para luego proseguir con una más o menos larga lista de personas, hasta el momento mismo en que desaparecemos de este planeta. El iniciar y desarrollar tales relaciones personales a lo largo de nuestra vida, implica por fuerza el darnos cuenta que llega un momento en que tenemos que enfrentar la terminación concreta y física de tales relaciones, a través de diferentes estilos de separación, aún a pesar de que en nuestro interior se mantengan vivas y frescas sus imágenes, según la intensidad del vínculo y el grado de apego que se haya desarrollado durante la relación. Es curioso pensar que el apego que desarrollamos con las personas, también lo podemos llegar a desarrollar con los animales, con las mascotas, con las plantas y aún con los objetos materiales y propiedades de diferente tipo y variedad que alcanzamos a poseer. Es así como llegamos a desarrollar un determinado estilo de apego por el pueblo, la ciudad, el terruño, el barrio, la región, la casa o el territorio en general en el que nacimos y crecimos, que puede variar en cuanto a intensidad, dependiendo de los lazos afectivos y las experiencias vividas en el mismo. Para algunos, ciertos objetos de uso cotidiano pueden adquirir ese vínculo con un valor inmensurable dependiendo también de ciertas características, afectos, imágenes y experiencias que se han proyectado en ellos, de acuerdo a las vivencias y a los rasgos de personalidad de cada uno. Bajo esa perspectiva, una cama, una silla, una mesa, un sofá, una cuna, un ropero o cualquier otro tipo de mueble pueden llegar a convertirse en focos de ese tipo de vínculos tan formidables, que hacen difícil la separación o el abandono de los mismos. Al deambular por las diferentes etapas de nuestra vida, desde la infancia hasta la etapa adulta, surgen así una serie de objetos en cada una de estas etapas, que se convierten precisamente en forma personal e individual para cada uno de nosotros, en los protagonistas de este tipo de vínculos tan intensos, casi como si se trataran de otras personas de carne y hueso, que tuvieran asimismo su vida propia. En esa forma, los peluches, los juguetes de diferentes tipos, las muñecas, las bicicletas, los patines, la ropa, las motocicletas, los autos y tantos otros objetos tan diversos llegan a formar parte de nuestra existencia, y en ellos alcanzamos a proyectar una serie de imágenes, recuerdos, ideas, deseos, emociones y tantas otras características específicas que los hacen invaluables, e inclusive se convierten en esos ?otros? u ?otras?, de quienes en un momento dado es muy difícil o a veces hasta imposible el desprenderse y enfrentar una separación.
Winnicott, un muy reconocido pediatra y psicoanalista de niños, describió el fenómeno que denominó de acuerdo a su teoría, como del ?objeto transicional?. Este fenómeno consiste en el uso que un bebé hace de una cobijita, una almohadita o algún muñeco de peluche para darse seguridad a sí mismo en los momentos en que se encuentra solo, sin su madre, su padre o alguna de las personas que funcionen como sustitutos o guardianes. Debido a que este bebé no ha internalizado todavía por completo la imagen de tales personas que son indispensables en su corta existencia, se cree de acuerdo a esta teoría, que dichos objetos tan variados se convierten entonces durante tales períodos de soledad, en el sustituto simbólico de la madre o de estas otras personas básicas, que son proyectados en ellos. Gracias a este mecanismo, es posible entonces que un osito o un conejito de peluche, una sabanita o una pequeña almohada se conviertan temporalmente en la mamá, el papá o la persona sustituta que están ausentes en esos momentos, y le brinden al bebé a través de tales imágenes la seguridad que requiere en esos momentos de soledad. De acuerdo a ello, el o la bebé puede hacer pues ?la transición? entre la mamá, el papá o el guardián primario hacia el mundo exterior, a través de este objeto material que le ayuda a estructurarse y a ordenar simbólicamente estas imágenes en su interior. Podemos concluir bajo esta teoría, que aquellos niños y niñas que persisten en su necesidad de utilizar esos ?objetos transicionales? en forma de monos de peluche, almohaditas, pedazos de tela, etc., en forma constante y prolongada a lo largo de meses e incluso años, y no sólo durante algunos instantes de soledad, son criaturas que han experimentado relaciones inseguras, irregulares, poco confiables y poco constantes en su hogar durante esos primeros años decisivos, lo que seguramente ha determinado la formación de vínculos débiles e inseguros, que a la larga pueden determinar en ellos una mayor o menor vulnerabilidad a las separaciones y también a los diferentes tipos de trastornos de ansiedad (Continuará).