ASOCIACION DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC).
CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACION PSIQUIATRICA MEXICANA
(TRIGÉSIMA OCTAVA PARTE)
Así pues, a lo largo de nuestras vidas llegamos a desarrollar una serie de encuentros y desencuentros con toda clase de personas, en lo que se llega a convertir en una muy larga y variada lista de nuestros semejantes a través de las diferentes etapas por las que cruzamos y recorremos los caminos. Asimismo, llegamos a desarrollar muy diversos tipos de relación con objetos, imágenes, actividades, conductas, credos, ideas, sistemas, espacios, etc., que a su vez nos proporcionan el tipo y estilo de vínculo que necesitamos ante determinados momentos y presiones de la vida, y que inclusive pueden prolongarse por períodos de tiempo más largos o medianos, de acuerdo precisamente a aquellas necesidades insatisfechas que provienen de nuestros vínculos más tempranos, según lo hayamos aprendido desde ese lejano pasado. Podemos recurrir entonces al uso de una variedad de ?objetos transicionales? gracias a los cuales sobrevivimos la ansiedad que nos puedan producir las separaciones importantes, dramáticas o inclusive traumáticas y lacerantes; mediante ellos buscamos protegernos para sentirnos menos vulnerables y menos frágiles e inseguros. En un gran porcentaje de los casos, tales mecanismos llegan a funcionar en forma adecuada y realmente nos ayudan, nos confortan y nos protegen, a pesar de que en muchos otros casos no sucede así, de modo que de todas formas tenemos que enfrentar nuestra soledad y desnudez, o nos vemos empujados a buscar nuevos y más eficaces escudos de ese tipo.
Conforme avanzan los años, tales experiencias se van acumulando y sumando, ya no sólo respecto a los encuentros, sino en forma más crítica y arrolladora en lo que se refiere a los desencuentros, a las separaciones y a las pérdidas a las que todos estamos expuestos a enfrentar y experimentar como parte natural de nuestras vidas. Nos vamos separando de los días, los meses y los años, de personas que se desvanecen con el paulatino o raudo deslizarse de las hojas del calendario, ya sea que se trate de nuestros padres, hermanos, parejas, hijos u otros familiares, o bien de conocidos más o menos cercanos, de amistades, de los años de trabajo y de actividades diversas, de diversos objetos y espacios con los que hemos mantenido diferentes grados de apego. Igualmente, nos vamos separando de nuestra juventud así como de nuestra salud, a través de múltiples cambios que inexorablemente descubrimos día tras día. El paso del tiempo va arrastrando todos estos movimientos y experiencias que nos conducen por nuevos y desconocidos caminos, en los que precisamente las separaciones juegan un papel preponderante, pero paralelamente nos enfrentan a otro tipo de encuentros y de vínculos nuevos y diferentes, en los que una vez más tenemos la oportunidad de descubrimos y de reconocernos a nosotros mismos como el tipo de individuos y seres humanos que realmente somos.
Seguramente que el recorrer esta red de tal variedad de experiencias a lo largo de nuestra existencia, nos irá llevando de la mano sea paulatina o rápidamente, a esa experiencia que en un momento dado se convierte en la separación final, en esa separación absoluta de todo aquello que nos ha pertenecido y que ha marcado nuestra existencia. Tal vez paulatinamente en unos casos, o intempestiva en otros, esta separación total es inexorable. La realidad es que así lo sabemos y lo reconocemos, el hecho de que en ese preciso instante todo se termina, que esa separación marca el final de nuestra existencia y la terminación de todo aquello que ha sido vital en nuestro ser, y que representa el camino por el que más tarde o más temprano habremos de desfilar y enfrentar todos. A pesar de los múltiples estudios e investigaciones que se han hecho y que se mantienen en desarrollo, seguimos sin satisfacer nuestra inquietud y curiosidad sobre lo que existe más allá, detrás de esa última separación. En cierta forma lo hemos sospechado y conocido desde la biología, al descubrir esa descomposición final del cuerpo en un proceso que nos convierte en cenizas, en fragmentos, en partículas, o en átomos que regresan al subsuelo para alimentarlo una vez más y cumplir así con los objetivos y las tareas marcadas por los ciclos de la Naturaleza. Desde los más lejanos rincones de nuestra civilización y de nuestra historia, se han elevado un sinnúmero de teorías y creencias filosóficas y religiosas que persisten hasta nuestros días, y que han intentado explicar y escudriñar los posibles hallazgos, significados y simbolismos que representa esa última separación como experiencia en sí. Es así como ha sido percibida y definida no tanto como una terminación, ni como una separación, o ni siquiera como una experiencia final, sino más bien como un puente, como un proceso de transición, como el inicio de un viaje eterno, como la prolongación de la vida en otra forma de vida que nos asegure, nos ampare y nos proteja de tales separaciones a las que hemos estado acostumbrados a enfrentar. Gracias a ello y en esa forma, la muerte más bien se convierte en un nuevo estilo de vínculo constante, seguro, regular, confiable, afectivo, acogedor y protector que finalmente podrá llenar y satisfacer aquellas nuestras tempranas necesidades de apego no satisfechas anteriormente. La muerte contemplada en esa forma lejos de representar una separación última y total, gracias a estas creencias se convierte entonces en un vínculo seguro, eterno y protector, mediante el cual podremos enfrentar la angustia de nuestra soledad y nuestro vacío, así como esa desnudez que nos torna frágiles y vulnerables como seres humanos (Continuará).