ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC)
CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(CUADRAGÉSIMA PARTE)
En un gran número de ocasiones, es muy fácil y común que los adultos tiendan a hacer a sus hijos una serie de promesas de muy diversa índole, sin detenerse a pensar o reflexionar si serán capaces de mantenerlas, ni cuáles serán las consecuencias tanto en el caso de que las cumplan, como en el de no llevarlas a cabo. Promesas semejantes que pueden involucrar regalos especiales, cierto tipo de viajes o experiencias fuera de lo común, cantidades de dinero, recompensas sencillas o extraordinarias e inclusive castigos o prohibiciones de diferentes estilos. Tales promesas por lo general se suelen dar bajo ciertas circunstancias específicas o bajo cierto tipo de estados de ánimo especiales, como sucede cuando los padres o las madres se encuentran muy cansados, angustiados, preocupados, desesperados y hasta hartos por el trabajo o por las diversas ocupaciones que llenan sus días ordinarios o aquéllos que son más acelerados y agitados que de costumbre. En la mayoría de esos casos, las promesas suelen hacerse muy a la ligera, casi sin pensarlo, en forma distraída y sin poner mucha atención inclusive en lo que se está diciendo, como una forma de seguirle la corriente al niño o a la niña, y en ocasiones hasta como un método para quitárselos de encima por ese determinado momento. En otros casos, los padres pueden estar muy tensos y de mal humor, de acuerdo a la forma en que se ha desarrollado su día, o también debido al ambiente que encuentran en el hogar a su regreso al final de la jornada. En muchas ocasiones, es un sentimiento de culpa que puedan abrigar sea la madre o el padre, por toda una serie de causas muy variadas, como el hecho de estar ausentes, de no ponerles suficiente atención a los hijos, de haberlos regañado demasiado firmemente, por no llenar las propias expectativas de la imagen y el rol que cada uno tiene como madre o como padre, así como un sinfín de otras causas culpígenas ubicadas en el presente o en el pasado; dicho sentimiento de culpa busca desahogarse para ser apaciguado, y se desborda en promesas de tal tipo, que desgraciadamente en un alto porcentaje de los casos son imposibles de llevar a cabo, por tratarse de promesas ilógicas, impulsivas e irracionales, que ya desde el inicio no tenían mucho futuro.
En todas las familias y en todas las épocas se dan ese tipo de promesas en ciertas ocasiones, ya que no siempre es fácil cumplirlas y llevarlas a efecto. Sin embargo, existe el caso de aquellas familias en que este tipo de situación se convierte en un patrón de conducta que aparece constantemente; algunos padres o madres lo hacen en forma consciente, como si se tratara de una “medida de disciplina” o de un “método educativo” para la formación de sus hijos. Sin embargo, en otras familias se da de manera natural y espontánea, quizás hasta inconscientemente, sin que se percaten de lo que hacen, tal vez porque ha sido un patrón que a su vez se ha utilizado durante varias generaciones desde el pasado. Sin importar si lo hacen consciente o inconscientemente, las consecuencias van a ser muy semejantes en ambos casos, ya que lo que se provoca a la larga es un ambiente y un sistema donde reina fundamentalmente la inseguridad y la incertidumbre en los hijos y en el hogar en general, debido a que cuando las promesas se siguen una tras otra en cualquier sentido sin que jamás se lleguen a cumplir, a la larga se convierte en una especie de juego, en el que se pierde la confiabilidad y desaparecen las bases seguras sobre las cuales se puedan apoyar, orientar y ubicar los hijos en su proceso de desarrollo desde niños. El sistema se convierte entonces en una especie de juego de mentiras y distorsiones, que definitivamente no es un buen sistema para el desarrollo adecuado de la salud mental. Por un lado, en el caso de los niños propensos genéticamente a desarrollar trastornos de ansiedad, este sistema va a facilitar naturalmente junto con los demás factores que se han mencionado en las columnas anteriores, la presencia de dichos trastornos, debido a esa inseguridad, incertidumbre y falta de confianza que pueden sentir en este tipo de padres y de madres, que se convierten así en personajes indecisos y huidizos, que tienen grandes dificultades para ser firmes y comprometerse en lo que expresan. Por otro lado, este tipo de sistema es un muy fértil y excelente terreno para el desarrollo de chicos y chicas delincuentes, que van a presentar en el futuro trastorno de conducta antisocial, un trastorno que siempre ha estado de moda y ha tenido vigencia en nuestro país.
Creo que este tipo de sistema de educación familiar a base de patrones semejantes de conducta, no nos es del todo desconocido, ya que culturalmente es un sistema que no sólo está localizado en el ámbito familiar, sino que realmente es un sistema que se da en forma muy amplificada y general en el ambiente social, administrativo, político, escolar y religioso que reina en nuestra sociedad en México. Vivimos y nos desarrollamos en una intrincada red de promesas, mentiras, distorsiones y deformidades en la que día tras día intentamos balancearnos e ir pisando sobre la cuerda floja, buscando un equilibrio aunque sólo sea “por hoy”, en un sistema que tiende a generar incertidumbre, desconfianza y un alto grado de ansiedad para un gran número de personas que no están dotados de las capacidades, ni han podido aprender las habilidades necesarias para poder sobrevivir en un ambiente semejante. En ambos casos, sea el microsistema familiar como célula y unidad de nuestra sociedad, así como en el macrosistema que representa naturalmente la sociedad y la cultura a la que pertenecemos, se trata de un ambiente muy fértil para el desarrollo de trastornos de ansiedad por un lado, pero también para el de trastorno de personalidad antisocial por el otro, lo mismo en niños, adolescentes o adultos (Continuará).