ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC)
CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(CUADRAGÉSIMA TERCERA PARTE)
De ninguna manera quisiera ser malinterpretado en mis comentarios alrededor del uso de los psicofármacos o sea, de los medicamentos que se utilizan en psiquiatría. Hay que tomar en cuenta que definitivamente, tanto por sus efectos y acción positiva en cuanto a determinados objetivos, los psicofármacos tienen un lugar muy importante como métodos de primera elección en el tratamiento de determinados padecimientos psiquiátricos, así como en determinado tipo de pacientes. A través de las décadas y después de una serie de largas investigaciones como las mencionadas la semana pasada, han surgido en el mercado una gran variedad de ellos, con los cuales contamos en el presente. Como ejemplo se podría mencionar en primer lugar a los ansiolíticos, como es el caso de las benzodiazepinas por demás populares y útiles en su gran variedad de presentaciones, como son el alprazolam, clonazepam, diazepam, lorazepam, etc. Gracias a ellas, se han logrado excelentes resultados en el tratamiento de los diferentes tipos de trastornos de ansiedad en los adultos, como son los ataques de pánico, las fobias de diferentes tipos, el trastorno obsesivo-compulsivo o los trastornos de ansiedad generalizada, y de estrés postraumático. Los llamados antidepresivos, es otro muy buen ejemplo de psicofármacos que cumplen su objetivo en el tratamiento de los trastornos depresivos. Entre ellos podemos encontrar por un lado, aquéllos que pertenecen a la generación pasada, o sea los llamados tricíclicos debido a su composición química, del tipo de la imipramina, clomipramina, noripramina, amitriptilina, etc., pero también los que han surgido en décadas más recientes, como es el caso de los inhibidores selectivos de la recaptura de la serotonina, como son la fluoxetina, la paroxetina, la sertralina, la fluvoxamina, etc., entre los principales, y aun otros más recientes todavía. En los últimos años, se ha descubierto que debido a sus mecanismos de acción química, estos últimos medicamentos también son de gran utilidad en el tratamiento de varios de los trastornos de ansiedad. Existe además una gran variedad de otros tipos de psicofármacos que tienen su lugar de acción en el tratamiento de padecimientos psiquiátricos diferentes, como son el trastorno bipolar o las psicosis, especialmente en la más común de ellas que es la esquizofrenia. Así pues, podemos darnos cuenta entonces que el tratamiento farmacológico en el campo de la salud mental en el presente, cuenta con una amplia variedad de productos que suelen ser no sólo muy útiles, sino incluso indispensables para ayudar a nuestros pacientes con padecimientos específicos.
Al igual que sucede con el uso de cualquier tipo de medicamentos, no sólo de los psicofármacos, sino de los antibióticos, los analgésicos, los antialérgicos, los antitusígenos, los antiinflamatorios, los antihipertensivos y así sucesivamente con toda la gama de los fármacos que existen, el problema no necesariamente radica en las acciones y efectos de éstos, sino más bien en la forma en que se llega a abusar de ellos. En tantas ocasiones en consultorios, clínicas y hospitales, suelen ser utilizados a la ligera e indiscriminadamente sin contar con las bases de estudios y valoraciones clínicas detalladas y efectivas que avalen un diagnóstico específico, producto de razonamientos médicos bien desarrollados e integrados. En otras ocasiones, el abuso tiene que ver con los pacientes mismos o el público en general, que tienden a auto-recetarse sin ninguna prescripción o valoración médica, sea bajo su propio criterio, por las recomendaciones de familiares, vecinos o amigos que hasta les llegan a regalar el producto para probarlo, o inclusive hay algunas personas que por años han tomado uno o varios fármacos que les fueron recetados originalmente y que lo siguen haciendo crónicamente, pero sin ser monitoreados ya por ningún especialista. El problema entonces no es necesariamente exclusivo de la psiquiatría como especialidad, o quizás ni siquiera de las compañías farmacéuticas que al igual que cualquier empresario, tratan de presionar intensamente la salida al mercado, la presentación y la venta de sus productos de la manera más provechosa y redituable posible.
Me parece que realmente una parte importante de este problema viene a radicar sobre todo en lo que vendría a ser nuestro nivel de educación médica en general y la forma en que bajo ciertas circunstancias se están llevando a cabo este tipo de servicios, tanto por el lado profesional, como por el del público que lo solicita. Es triste e injusto el percibir que en un cierto porcentaje, la práctica médica no siempre se puede desarrollar bajo las mejores e ideales condiciones, debido a las múltiples presiones e inclusive carencias con las que se trabaja en los consultorios, las clínicas, los hospitales y las instituciones de salud en general, no sólo en los servicios públicos, pero también en los privados, en los que el tiempo, el espacio, los costos, la economía de los pacientes, los sueldos del personal, los aspectos burocráticos y administrativos, las largas listas de espera y la escasez de materiales en las instituciones públicas, las compensaciones, el nivel educativo y de capacitación del personal, la frustración, el desinterés, el cansancio y muchos otros aspectos emocionales, así como tantos otros factores importantes, llegan a jugar un rol esencial en la prestación de dichos servicios. Desgraciadamente, bajo tales circunstancias, la práctica médica puede desembocar en un simple intercambio de miradas, saludos y recetas de medicamentos que no necesariamente son los adecuados y específicos, pero que son los más populares o los que se encuentran a la mano más fácilmente, de modo que se pueden seguir surtiendo una y otra vez, sin que desde el inicio se haya efectuado una adecuada valoración clínica que desemboque en uno o varios diagnósticos específicos, hacia los cuales irán dirigidos los medicamentos o las recomendaciones terapéuticas específicas y necesarias. Como resultado se puede caer en esa práctica de intercambio de recetas, que en ocasiones ayudan y en muchas otras no, con la consiguiente frustración, enojo y desencanto de los pacientes, o incluso de los médicos mismos, pero que a la larga suele desembocar en el abuso no sólo de uno, sino de muchos medicamentos (Continuara).