ASOCIACION DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.
(PSILAC).
CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA
ASOCIACION PSIQUIATRICA MEXICANA
(CUADRAGÉSIMA CUARTA PARTE)
Desde los inicios de nuestra educación médica, ya sea en Medicina General, así como en cualquiera de sus especialidades, tanto en la teoría, como en la práctica, los médicos hemos aprendido a través de los años una lección de gran importancia. Esta lección radica en el hecho de estar conscientes y recordar siempre, que realmente cuando nos referimos a los niños y a las niñas, de ninguna manera estamos tratando con “personitas”, que es un diminutivo muy comúnmente utilizado, pero que de alguna forma suena como si se hablara de juguetes; ni tampoco podemos considerarlos como “adultos chiquitos”, y mucho menos como “enanos”, casi como personajes de algún cuento y que tampoco suena apropiado. Se puede comprender que una concepción semejante, en la que se utilizan tales adjetivos, sea posiblemente una consecuencia de nuestra herencia medieval, cuando las criaturas no poseían un espacio propio y podían ser visualizados en tal forma; una concepción que nos ha alcanzado hasta nuestros días, como uno más de tantos de esos paquetes culturales tradicionales que hemos heredado. Sin embargo, es interesante que todavía en el presente, tales conceptos persisten y siguen vigentes para muchas personas, aún a pesar de que celebramos anualmente el Día del Niño con bombo y platillo, con toda clase de festejos y regalos, y cuando además les proclamamos a todo pulmón la lectura de sus derechos. Como profesionistas de la Medicina, hemos aprendido no sólo por las experiencias y vivencias personales de nuestra práctica, sino también por múltiples y muy variados estudios que se han realizado en el área del desarrollo humano, que la etapa infantil, aunque suene ridículo o hasta muy cándido el enfatizarlo, es una etapa de la vida muy específica y bastante diferente de la etapa adulta. Es una etapa que se puede clasificar a su vez en ciertos períodos específicos que van desde el momento del nacimiento de la criatura (algunos inclusive hasta podrían opinar que desde antes, o sea durante el embarazo) hasta la llegada de la pubertad, que es una etapa nueva y diferente. Sin embargo, a lo largo de su desarrollo durante las diferentes fases de la infancia, los niños y las niñas presentan una serie de características y rasgos muy definidos, tanto en los aspectos biológicos, como psicológicos y sociales, que les da una posición específica en el ciclo de la vida, y que naturalmente los define como individuos y seres humanos en su propio derecho, decididamente muy diferentes ya no sólo de los adultos, sino inclusive de los adolescentes mismos, a pesar de que en un alto porcentaje a éstos últimos se les sigue considerando como niños.
Este concepto sobre las etapas del desarrollo en el ciclo de la vida, es de suma importancia en Medicina, puesto que gracias a él podemos valorar, revisar y definir efectiva y específicamente nuestros conceptos sobre lo que en esta época significa ser niño o niña, como individuos en sí mismos con sus propios rasgos, habilidades, capacidades y limitaciones separadas de las de sus padres y demás adultos. Por lo mismo, sería ilógico pensar que cualquier enfermedad pediátrica sea simplemente “una enfermedad chiquita”, “un trastorno enano” o el equivalente a la mitad o a la equis parte de una enfermedad del adulto, y que por ende, los métodos de tratamiento para combatirla, serían también los mismos utilizados en el caso de los adultos, pero en pequeño, a la mitad o simplemente a menor escala, lo cual no necesariamente resulta ser verdadero. Me parece entonces, que basados en tales conceptos erróneos, se llegan a llevar a cabo consultas, valoraciones y tratamientos médicos, en los que no siempre se toman en cuenta tales diferencias y características específicas. Como resultado de ese criterio que considera al niño como un adulto chiquito o como una personita, se puede llegar a la conclusión de que determinados medicamentos que son útiles para los adultos, también lo serán para los niños, sea en las mismas dosis o a dosis más bajas. Desgraciadamente, tal lógica no necesariamente funciona así en el campo de la Pediatría ya que como se mencionó anteriormente, los niños presentan características muy específicas y diferentes de las de los adolescentes y los adultos, ya sea en cuanto a su proceso de crecimiento, a la anatomía y a la fisiología de sus diversos órganos y sistemas, a su metabolismo, a su sensibilidad para reaccionar a sustancias extrañas a su cuerpo, así como tantos otros factores que definitivamente los convierten a cada uno, en especimenes únicos.
Por lo mismo, cuando no se toman en cuenta estas diferencias y no se llevan a cabo valoraciones clínicas detalladas y completas orientadas a esta etapa de la vida, que además resulten en diagnósticos específicos de nuestros pacientes infantiles, podremos enfrentar el riesgo de recetar medicamentos populares o nuevos pero que todavía no han sido aprobados para ellos, o de inclusive abusar del número de fármacos utilizados o hasta de las dosis necesarias. Obviamente, tales decisiones y acciones pueden resultar no sólo en el fracaso de los tratamientos, sino además en la presencia de los efectos secundarios de las sustancias utilizadas, con características tóxicas e indeseables. Como médicos, lo sabemos y lo hemos aprendido, ello forma parte de la práctica diaria de la Pediatría, pero igualmente de la Medicina General así como de las demás especialidades médicas en su trato con los pacientes infantiles, pero aún más y muy especialmente en los campos de la Neurología Pediátrica o de la Psiquiatría Infantil, en las que frecuentemente se llegan a utilizar los psicofármacos (Continuará).
