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Nuestra Salud Mental / PARÉNTESIS MUSICAL JAROCHO

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAUNA, A. C.

(PSILAC).

CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

“Sólo Veracruz es bella”, reza un dicho muy popular, que obviamente es un dicho muy veracruzano y naturalmente, “muy jarocho”, que a su vez refleja el amor, el orgullo, la pasión y la forma en que los veracruzanos veneran su terruño. En realidad, me parece que no están muy lejos de la razón, especialmente cuando se ha tenido la oportunidad de recorrer la vastedad de esas tierras, desde los linderos con el Estado de Tamaulipas por el norte, hasta la frontera con los estados de Tabasco y Chiapas por el sur. Exuberantemente verde a lo largo de todos sus rincones, cubierto de bosques o de selvas, bañado por las aguas del Pánuco, del Papaloapan, del Tuxpan y del Coatzacoalcos, y arrullado por las olas del Atlántico, el Estado de Veracruz manifiesta su belleza y su riqueza desde las alturas de sus montañas, hasta los arenales de sus costas.

Puerta de entrada de la aventura española del Siglo XV al mando de Cortés y con ella, de todo el proceso conquistador y culturalizante europeo, “Jarocho” como espectáculo nos invita a adentrarnos en este territorio. Nos hipnotiza inicialmente con la llegada de aquellos guerreros de armaduras negras, que surgen de las tinieblas centenarias del pasado desde una lejana luminosidad desgarrada por los rayos de luz y de tiempo en el escenario, en un zapateado casi militar marcado al unísono entre las herencias celta y española, sello e intensiva influencia de Richard O’Neal, quien funge como director artístico de Riverdance, ese espectáculo irlandés que ha recorrido el mundo y que bajo ese estilo autóctono tan fascinante, intenta mezclarse ahora con el alma y la esencia de los característicos sones veracruzanos. A través de esa dramática e impactante obertura, Jarocho logra encadenarnos en una especie de espiral onírica, en lo que se convierte en un deslumbrante recorrido entre selvas y mariposas, entre nubes y brisas de mar, entre oleaje y cantar de pájaros, entre aromas y ensoñaciones, entre tinieblas y luminosidad deslumbrante, entre brujería y chamanismo, entre danzones y flamenco, entre voces y taconeos, en esa mezcla heterogénea y mestiza de nuestras raíces extraídas desde el pasado más remoto hasta el minuto mismo que vivimos ahora. Así nos llegan como ecos desde los orígenes europeos y africanos hasta nuestros núcleos más indígenas, con todo lo que ello significa, con todo lo que desde ahí emana y que de una u otra forma, en mayor o menor grado hemos sido impregnados y compartimos todos los habitantes de este país, a partir del momento mismo en que etnias y culturas tan contrastantes y diversas han intentado mezclarse e integrarse en un proceso de desarrollo que aún sigue en evolución y que quizás nunca terminará del todo.

Jarocho escenifica todo eso y mucho más a la máxima potencia, en una paleta de colores en la que vibran y resaltan magistralmente todos los tonos de la vida y de la Naturaleza en sus diferentes tintes y variedades, y en la que se escucha apasionante y magnético un conmovedor grito de vida y de existencia. Es la muestra imborrable del estar ahí presentes, en un movimiento interminable y rítmico que se mimetiza con el oleaje del mar y a la vez se identifica con la humedad de la tierra, con las raíces, con el mar y los ríos y los manantiales, con el viento y las brisas, con las nubes y los huracanes, con los volcanes y el fuego, con la luz y con la oscuridad más impenetrable, pero también con las pieles, con las almas y los corazones, con los cuerpos y los sentidos, con las pasiones y la desnudez de la esencia de quienes se sienten inmersos e identificados consigo mismos, con sus orígenes y su herencia, con sus instintos y sentimientos, con sus sonrisas y sus bailes y sus juegos alegres, retozones y traviesos que reflejan esa alegría de vivir, aún incluso en el acto mismo de retar la muerte.

Jarocho es el volar de mariposas de colores en las faldas de sus mujeres que juegan con el viento y acarician la vida rozándola apenas; es el vibrante zapateo de las botas de sus hombres que en blancos atuendos buscan atrapar y seducir las mariposas, con el inclinar de sus sombreros o el ondular de sus pañuelos. Jarocho es “el Torito” que se mueve entre hombres y mujeres, entre la vida y la muerte, entre lo travieso y lo jocoso. Jarocho es el interminable son de Colás con todas sus estrofas que cantan una y otra vez las relaciones entre hombres y mujeres. Jarocho es el cálido quejido de la Malagueña, y es el nudo que se forma en el rebozo de la Bamba hasta integrar lo masculino y lo femenino de cada pareja; es el danzón que los mueve cadenciosamente al suave reflejo de la serenidad de los domingos en la plaza; son los vibrantes sonidos de las marimbas bajo los arcos, el aroma del café de la Parroquia, el ir y venir del paseo interminable en el malecón, los palmares a la orilla del mar, el suave deslizarse de las lanchas en Catemaco, los contrastantes de colores de las fachadas en Tlacotalpan, el armónico descenso de los voladores de Papantla, la mágica seducción de amuletos y pociones para hechizos y brujerías importados desde los Tuxtlas. De alguna manera, Jarocho integra lo mismo el taconeo celta con el veracruzano, que el zapateado y los gemidos flamencos, o los compases del espíritu y del alma negros prolongados hasta nuestros días en las melancólicas notas del blues y del jazz.

Jarocho es todo eso y mucho más, un espectáculo de primera categoría, con un manejo extraordinario de los espacios construidos e imaginados a base de luces y colores que se intercalan espléndidamente en la magia de su música, de sus bailes y su coreografía. Jarocho ha sido un verdadero privilegio para nosotros laguneros, y una excelente muestra del sur para ser disfrutada en todos los rincones del país, en escenarios como el que poseemos en nuestro Teatro Nazas.

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