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Nuestra Salud Mental / UN PARÉNTESIS PARA UN TRECE

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.

(PSILAC)

CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA

ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA

Existe la idea generalizada de que el trece es un número de mala suerte, lo mismo si se sitúa en un martes, que cuando se coloca hacia el final de la semana en un día viernes. No aparece como algo específico en nuestra cultura, sino que forma parte del folklore nacional de muchas otras, en las que inclusive se llega a adornar de tantos otros utensilios con los que suele representarse toda esa parafernalia que acompaña al concepto de lo que conocemos como “la mala suerte”. Así pues, el número trece se asocia además a un color o a una falta de color tan específica como es el negro, e igualmente se enfoca y se personifica en las leyendas mágicas relacionadas con los gatos, como animales de mala suerte sobre todo cuando se les ocurre cruzar nuestros caminos. El trece igualmente se ha asociado como número a todas aquellas conductas y detalles cotidianos que provocan nuestra mala suerte, de acuerdo a tantas de las supersticiones tradicionales que así lo indican, como podría ser el caso de romper un espejo, de derramar la sal, de pasar debajo de una escalera, etc., al igual de tantos otros. Asimismo el negro y el número trece suelen evocar las imágenes fantasiosas de los brujos, las brujas y los aquelarres en la profundidad de los bosques a la media noche, en los que la magia negra suele jugar un papel muy importante y llega a tener el potencial de influir profundamente en la vida de cualquier individuo que lo cree en esa forma. Es así como el destino, la mala o la buena suerte, la magia blanca o la magia negra alcanzan a tomar un acento de suma importancia para tantas personas, que de alguna forma suele resumirse o ubicarse en el número trece.

Es por lo mismo muy interesante darse cuenta de que en algunos edificios se omite lo que vendría a ser el piso número trece, lo cual también suele suceder en lo referente a la numeración de los cuartos en ciertos hoteles, oficinas o residencias, e inclusive hasta en los vuelos comerciales de avión. De esa manera, se busca no herir las susceptibilidades personales, y quizás en el fondo tampoco tentar las posibilidades de atraer cualquier experiencia relacionada con “la mala suerte”, ni con las múltiples y complicadas redes de supersticiones que se tejen a su alrededor, aún en este nuestro mundo actual, al que consideramos tan sumamente tecnológico y progresista, tan obviamente civilizado y en el que hemos logrado alcanzar ese grado tan alto de sofisticación y adelanto. En el fondo sin embargo, está muy claro que el pensamiento mágico primitivo heredado de nuestros antepasados sigue funcionando de una u otra forma, en mayor o menor intensidad en nuestro interior, a pesar de todos los adelantos que hayamos acumulado. Quizás y todavía no lo sabemos a ciencia cierta, ese tipo de creencias y de pensamientos vienen a representar alguna parte muy profunda e intuitiva de nuestro ser, de nuestro inconsciente o de nuestros arquetipos, conectados de alguna manera con ciertas zonas cerebrales desconocidas e inexploradas, en las cuales nuestras investigaciones todavía no han logrado profundizar lo suficiente como para poder reconocerlas y mucho menos comprenderlas.

Sea lo que sea, el número trece tiene esa fuerza y ese simbolismo místico y esotérico en nuestra cultura desde hace mucho tiempo, a tal grado que se llega a convertir en un escenario escondido e inconsciente. Es interesante, porque aún así, existe definitivamente como una esencia fundamental de nuestra realidad cotidiana y de nuestras creencias, aún cuando en tantas ocasiones se bromea al respecto. Cada uno de nosotros entonces, tiende a creer y a tomarlo tan en serio y con tanta fe como le sea necesario; o por el contrario, a desecharlo al considerarlo inverosímil o ausente de las suficientes bases científicas para tomarlo en cuenta. Independientemente del lado de la cuerda en que se encuentre cada quien, toda esta larga cadena de reflexiones acerca del número 13 y de sus posibles significados y simbolismos en el campo de la magia y de la brujería ha surgido, porque no he considerado de justicia el terminar las columnas equivalentes a este mes de marzo, sin mencionar que hace precisamente trece años, en el mes de marzo de 1994, se empezó a publicar esta columna de Nuestra Salud Mental, acogida hospitalariamente por El Siglo de Torreón. Desde entonces, se ha buscado aparecer semanalmente casi sin interrupciones, y con el ambicioso intento de proporcionar y difundir al público general, temas importantes y actualizados sobre la salud mental.

Definitivamente, no pienso que ha sido el producto de la magia negra o de la blanca, ni tampoco de la brujería de uno u otro extremo, o de algún aquelarre recóndito que se haya llevado a cabo en alguno de los muchos bosques con que contamos en nuestra región. Se trata más bien del esfuerzo, la tenacidad, la disciplina, la dedicación, la constancia y la motivación por compartir estos conocimientos que se ha invertido semana tras semana. Es así como uno se puede comprometer a un proyecto de esta naturaleza, que es al mismo tiempo laborioso y complejo, a la vez que estimulante y gratificante, porque al fin y al cabo y a la larga, ya sea que se le mire desde los ángulos de la magia, de la superstición, de la religión, de lo tecnológico o de lo científico, en un momento dado, a todos nos interesa mantener en equilibrio nuestra salud mental, como un esfuerzo y un interés común.

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