Este mes se cumplieron diez años de que Hong Kong regresó a la soberanía china. Se supone que a esa distancia temporal, uno puede calibrar lo positivo y negativo de la medida. Sin embargo, el panorama político de ese importantísimo centro comercial, bancario y del transporte aparece más nebuloso que nunca.
Hong Kong es un territorio típico y atípico al mismo tiempo. Típico, porque fue uno de los frutos más conspicuos del imperialismo británico del siglo XIX. Y atípico, porque siempre tuvo características que lo distinguían de otros centros económicos nacidos en otras partes por las mismas causas, como Singapur. Mumbay o El Cabo. Y resulta importante conocer esa evolución, porque ayuda a entender no pocas cosas sobre ese gigante que empieza a despertar (si me permiten tan original metáfora) que es China.
Hong Kong era una simple isla de pescadores en el Mar de la China Meridional cuando los británicos desembarcaron allí a principios del Siglo XIX. Su propósito era obligar a los chinos a comerciar con ellos, dado que las fábricas de Manchester y Birmingham empezaban a tener sobreoferta y en algún lado había que vender los productos del nuevo maquinismo automatizado.
El asunto no les hizo ninguna risa a los chinos, por varias razones: la primera, que China llevaba siglos cerrada al mundo exterior. Y eso, porque se sentía la civilización superior del mundo, la más refinada, la mejor ordenada (ciertamente lo había sido y durante mucho tiempo). Y no quería contaminarse con lo que llegara de fuera, que casi por definición era chafa o corrupto. El problema es que esa cerrazón impidió, por un lado, que conociera los avances tecnológicos de la Revolución Industrial. Y por otro, no se dio por enterada de los peligros que empezaban a cernirse sobre el Asia, peligros encarnados en los ambiciosos “demonios blancos de ojos redondos” (como hasta hoy llaman a los europeos y sus descendientes americanos), que veían la oportunidad de hacer un negociazo en ese abundantísimo mercado (entre la India y China comprenden el 42% de la Humanidad... desde entonces y hasta la fecha).
Además, a nadie le gusta que lo obliguen a comerciar a punta de cañonazos. Pero eso fue lo que ocurrió. Y ahí quedó en evidencia la debilidad fundamental de China: como había despreciado los avances tecnológicos de Occidente, hubo de enfrentarse con juncos y petardos a los barcos de vapor y los cañones de acero de la Revolución Industrial. Los ingleses los hicieron trizas y los forzaron a cederles esa isla para hacer sus trafiques desde ahí. A partir de entonces, Hong Kong sería la punta de lanza y enclave principal de Occidente en esa parte del Lejano Oriente.
No contentos con eso y para colmo, los británicos siguieron abusando de los chinos durante décadas. Cuando la cosecha de opio de Birmania empezó a pudrirse por falta de consumidores en el Subcontinente Indio, a los súbditos de la Gorda Victoria no se les ocurrió mejor medida que regalar muestrarios en China, volver adicto a quien se dejó y abrir mercado para la droga en un lugar donde nunca había tenido mucho éxito. Por supuesto, los chinos protestaron. Por supuesto, los británicos los callaron a cañonazos. Las llamadas Guerras del Opio constituyeron una profunda humillación para el pueblo y el Gobierno chinos. Los occidentales los obligaban a embrutecerse y consumir mugreros y no tenían cómo oponer resistencia. La actual inundación de productos ilícitos provenientes de por allá viene siendo una especie de revancha histórica. Claro, ahora vuelven a la gente adicta a los videos “pirata” y no al opio. Pero sale igual de caro y autodestructivo.
Los ingleses fueron seguidos por otros europeos y cuando Estados Unidos se hizo con la magnífica bahía de San Diego sobre el Pacífico, también los gringos metieron su cuchara en el Imperio del Centro. China se vio sujeta al descuartizamiento por parte de los extranjeros. Sacerdotes cristianos empezaron a propagar una religión que nunca había arraigado en esas latitudes. Hasta los rusos y los japoneses impusieron sus términos en el noreste. Todo el siglo XIX se fueron acumulando resentimientos, rencores y un odio visceral a la dinastía manchú, que se había manifestado totalmente incapaz de defender los intereses nacionales.
En 1900 las tensiones acumuladas se canalizaron a través de un grupo secreto nacionalista, la Sociedad de los Puños Justicieros y Armoniosos. Por tan folklórico nombre, a sus miembros se les dio el apelativo de “boxeadores”. Éstos iniciaron un movimiento violento para expulsar a los extranjeros de China y hacer rendir cuentas al corruptísimo e incapaz Gobierno imperial. La llamada “rebelión de los boxeadores” terminó con la llegada a Pekín de un contingente multinacional europeo, japonés, ruso y americano, la destrucción de buena parte de la capital y una nueva humillación.
La historia no fue mucho mejor para China durante la mayor parte del siglo XX: guerras civiles, invasiones extranjeras y luego el delirio del comunismo maoísta, que sumió al país en la miseria y culminó con el caos de la Revolución Cultural (1966-76) que dejó a toda una generación en el analfabetismo y la ignorancia.
Mao se murió todito en 1976 y el país quedó bajo la dirigencia de un grupo de pragmáticos (encabezado por Deng Xiaoping) que habían sufrido en carne propia los excesos y desmesuras de la Revolución Cultural. Para ellos resultaba evidente que el país requería reformas estructurales (¿les suena conocido?) que le permitieran modernizarse y progresar. Por fortuna para Deng y los reformadores, no tenían que lidiar con un Congreso lleno de ineptos, ignorantes y estultos, que sólo sirven para estorbar. Al grito de “No importa el color del gato con tal de que atrape al ratón”, China se abrió al capitalismo, manteniendo el Partido Comunista el control político... control que fue puesto a prueba por los estudiantes en la Plaza de Tiananmen. La matanza de 1989 demostró que la apertura china tenía límites muy precisos: lo que amenace el monopolio comunista no será tolerado.
A medida que China progresaba, resentía cada vez más esa espina histórica en su costado sur, Hong Kong. Además, en siglo y medio el territorio se había convertido en un emporio que, aprovechando su condición de puente con Occidente, había prosperado y se había convertido en una potencia por méritos propios. La mayor parte de la economía estaba en manos de chinos que, en el pequeño enclave, durante generaciones habían prosperado y logrado experiencia en lo que a hacer trácalas se refiere. Los británicos seguían teniendo la sartén por el mango, pero sólo en lo político. A mediados de los años ochenta resultaba evidente que se tenía que llegar a algún tipo de compromiso entre la República Popular China y la Pérfida Albión.
Lo que se acordó fue que Hong Kong pasaría a la autoridad china el primero de julio de 1997. Pero se respetarían ciertas instituciones democráticas y Hong Kong tendría un estatus especial durante medio siglo. Esto es, business as usual durante cincuenta años. Se supone que para entonces China será muy distinta... más parecida a Hong Kong y por tanto el estatus especial será innecesario.
A diez años de aquel acontecimiento, como decíamos, el presente y futuro de Hong Kong se ven oscuros. China ha hecho lo posible por estorbar la consolidación de organismos e instituciones democráticas en Hong Kong. Algunos ciudadanos ven con recelo cómo Beijing mete mano en una ciudad que en teoría debería ser autónoma. Y algunos sectores económicos han resentido la emigración ocurrida antes de la toma del poder por parte de China, emigración que se llevó dinero y experiencia a lugares como Canadá (a Vancouver le dicen Vankong, medio en serio y medio en broma).
Total, que hacer un dictamen sobre Hong Kong y su evolución resulta azaroso. Y entender lo que significa para China, ayuda a comprender las motivaciones de ese país al que, nos guste o no, tendremos que conocer mejor en los años y décadas por venir.
Consejo no pedido para que le dejen a guardar en su casa costales con millones de dólares: lea “Adiós Hong Kong”, de Manuel Leguineche, interesante visión de los últimos días del puerto como posesión británica. Provecho.
PD: Desde Roswell, Nuevo México, Juan Carlos García Marmolejo me notifica que el guateque alienígeno celebrado en ese pueblo la semana pasada estuvo de pelos. Gracias.
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