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Operación Cicatriz

Jorge Zepeda Patterson

Felipe Calderón quisiera tener los talentos de Adela Micha, quien con una untada de cicatricure asegura que se borran los rastros de las heridas y se desarrugan los pliegues y lesiones que deja el tiempo. A falta de pomadas para la política, Calderón arrancó prácticamente desde el inicio de su Gobierno una operación cicatriz con objeto de dejar atrás las heridas de una elección polarizada, sembrada de conflictos. La estrategia de Los Pinos es comprensible. Calderón tiene que demostrar que podrá ser presidente de todos los mexicanos y no sólo del 35 por ciento que voto por él o de los grupos de poder que hicieron algo más que votar por él.

¿En qué consiste tal operación cicatriz? Primordialmente en la construcción de un clima social de avenimiento y reconciliación. En los primeros meses, el presidente ha hecho guiños a los actores políticos de las más diversas ideologías. Calderón podrá ser un hombre que no despierta pasiones con sus discursos, pero siempre los hace políticamente correctos. No está mal.

El problema es que los discursos no bastan para construir un país de piel tersa. Persisten heridas profundas que no se resuelven simplemente ignorándolas. Tal es el caso de Atenco, el de Oaxaca o el del “gober precioso” Mario Marín. Están allí, como muchas otras, aunque las buenas conciencias no quieran verlas. En el informe entregado esta semana, el propio Ombusdsman de la CNDH asegura que el conflicto de Oaxaca está muy lejos de haberse resuelto y que podría rebotar aún con mayor fuerza de no abordarse el origen del problema: la miseria y la injusticia social.

Hace unos meses, la cruzada de Lydia Cacho en contra del escandaloso y conocido contubernio de Mario Marín y Kamel Nacif, era ampliamente apoyada por los candidatos en campaña. Unos y otros buscaron tomarse la foto y solidarizarse con la indignación que inspira este caso en la opinión pública. Hoy la denuncia de Lydia Cacho es un expediente irritante en la medida en que tensa la relación con el PRI. Su lucha ya no es un acto de dignidad y tenacidad, sino de obstinación e intransigencia. La sensibilidad antes mostrada por los calderonistas se ha trocado en incomodidad pues su caso obstaculiza las tareas de reconciliación.

Hace unos meses, los sólidos cuestionamientos de Denise Dresser sobre el daño que provoca a la sociedad los monopolios en general, y el de Carlos Slim en particular, eran aplaudidos por su valentía y claridad. Las primeras declaraciones de Agustín Carstens cuando fue designado secretario de Hacienda se referían a la imperiosa necesidad de combatir a los monopolios. Cuatro meses después el tema ha desaparecido de los discursos del secretario. Hoy los llamados de Denise Dresser han dejado de ser claridosos y valientes para los círculos oficiales, y se han convertido en críticas quejumbrosas seguramente impulsadas por el protagonismo y la terquedad. En el contexto de la operación cicatriz, Lydia Cacho y Denise Dresser son personajes incómodos porque hacen visible conflictos y problemas vigentes que los poderosos preferirían ignorar.

Hablar de Oaxaca se ha vuelto anticlimático e inoportuno. Una estrategia infalible para quedarse hablando solo en una reunión social en Polanco. La polarización de la sociedad mexicana ha perdido “charm”. La palabra conflicto es un “no no” en todo acto público oficial o empresarial. Las buenas maneras exigen hablar de reconciliación, reconstrucción e inclusión.

Desde luego que la intención es correcta. No es conveniente para el país construir un clima social basado en el agravio o el revanchismo. No hay manera de sanar lesiones si el dedo se solaza sobando una herida abierta. Pero ninguna llaga habrá de cicatrizar sanamente cuando se intenta obturar dejando las pinzas adentro del paciente. Ignorar las injusticias no es lo mismo que lograr la justicia. En qué país pueden creer los poblanos que tienen por delante cuatro años de Gobierno a cargo de alguien que puso a disposición de mafiosos a una periodista para que fuera violada y encarcelada, a cambio de favores y dos botellas de coñac.

En el caso de los monopolios ni siquiera existe herida que cicatrizar. Son tumores malignos que pretendemos superar mediante el simple expediente de pretender que no existen. Salvo, claro, cuando la “inoportuna e irritante” Denise Dresser alza su voz para recordarlos. Es más fácil comenzar a desacreditar a estas voces (como antes se hizo con las Rosario Ibarras, los greenpeaces o las ONGs de derechos humanos) por alterar el patriótico y constructivo esfuerzo de la autoridad para alcanzar la estabilidad y el orden.

Yo no tengo elementos para saber si Flavio Sosa merece o no estar en la prisión de alta seguridad de La Palma. Desde luego hubo delitos contra el patrimonio, los particulares y la propiedad privada, cometidos por los militantes de la APPO. Lo que sí sé, es que no se puede zanjar un conflicto de esa magnitud encarcelando a líderes de uno de los dos bandos en disputa, sin actuar de las autoridades y los esbirros del gobernador que cometieron torturas y asesinatos en contra de los manifestantes.

Independientemente del candidato por el que cada quien haya votado, estoy convencido de que los mexicanos viviremos mejor si Calderón hace de sí mismo un buen presidente. Que le vaya bien, en el mejor sentido del término, significa que nos irá bien a todos. No se trata de vivir en un conflicto perpetuo. Pero justamente, la única manera de no perpetuarlos reside en su atención y solución cabal. Fox profundizó los conflictos por desinterés e ignorancia. Pero México ya no resistirá un segundo sexenio con un presidente que “nade de muertito”. Antes de cerrar y propiciar la cicatrización, las heridas deben ser lavadas y saneadas correctamente, de otra manera seguirán destilando pus y, eventualmente, podrían romper el tejido social. Necesitamos a Denise, a Lydia, a Rosario, a los periodistas honestos, a las ONGs, para que Calderón no termine viviendo en una sucursal de foxilandia, arropado en su propia “pax porfiriana”.

(www.jorgezepeda.net)

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